viernes, 10 de febrero de 2012

El primer periodico yucateco

La prensa yucateca tiene ya más de un siglo de haber iniciado su historia, el año de 1813 marcó el nacimiento de la primera publicacion periodica producida en tierra peninsular. Como quinta entrega de los "Tesoros de la BVY" se nos ofrece un acercamiento el que fuera el primer periodico redactado en nuestras tierras.


Joed Peña Alcocer, "El primer periodico yucateco" en PorEsto! 8 de Febrero de 2012.

Alfredo Barrera Vásquez publicó en el Diario del Sureste, el 20 de noviembre de 1937, un artículo titulado “Apuntes para la historia peninsular: ‘El Aristarco’ no fue el primer periódico impreso en Yucatán”, donde argumentaba que El Aristarco Universal, cuyo primer número apareció en abril de 1813 y era considerado el primer periódico impreso en Yucatán, era realmente el segundo. El distinguido mayista había descubierto una corta edición de El Misceláneo correspondiente a marzo del mismo año, hallazgo que llevó a cambiar la historia de los inicios de la prensa en la península.


El Misceláneo se dedicó a informar sobre el acontecer económico y mercantil, pero sin descuidar la instrucción. Es importante tener presente que para el año de 1813 aún no se había conseguido la independencia de España, y el periódico que nos ocupa da noticias de eventos políticos directamente relacionados con la metrópoli hispana. Reproducimos ahora una nota correspondiente al número 2 de tan interesante periódico yucateco, el primero de muchos que le seguirían hasta el día de hoy.









El Misceláneo, periódico instructivo, económico y mercantil de Mérida de Yucatán. Miércoles 3 de Marzo de 1813. Fondo Reservado del Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán








EDUCACIÓN PÚBLICA

Uno de los primeros encargos de la diputación de provincia es formar la división de esta en partidos de a 25000 almas, la que aprobada por las Cortes nos traerá inmediatamente 25 jueces de letra por lo menos, si cuando estos lleguen, hallan a los pueblos tan rústicos, tan ignorantes de sus derechos, tan acostumbrados a llevar el yugo del despotismo como lo están en el día, la provincia será perdida: los jueces letrados, no hallando en toda ella una autoridad que pueda contenerlos en los límites de la suya, viéndose distantes de la Audiencia centenares de leguas, mandando en pueblos incapaces de costear tan largos recursos, libres del freno que pudiera imponerles el espíritu público, si fuese ilustrado. Serán otro tanto tiranos, colocarán a sus satélites en los ayuntamientos y aun en la diputación de provincia, y estos cuerpos que por su instrucción debían producirnos la felicidad, se convertirán en instrumentos de opresión y entonces en lugar de una docena de ladrones que antes engordábamos cada quinquenio, tendremos que saciar la codicia de dos otras docenas de otros, tanto más peligrosos que los anteriores cuanto más autorizados, más libres y más astutos para revestir sus maldades y depredaciones con todo el aparato de la justicia. La esperanza en la integridad y rectitud de los jueces es un consuelo bien miserable. El hombre que no halla más obstáculo que su conciencia para oprimir a los demás, muy pronto desea ser opresor. El único arbitro capaz de evitar los males que los amenazan en esta parte, o de abreviar su plazo, es formar el espíritu publico promoviendo la educación y enseñanza de la juventud, que en el día se mira tan abandonada, que en toda esta provincia, cuya población se carca a un millón de almas, solo hay un seminario sin plan, sin dirección, sin estimulo ni protección, y seis u ocho escuelas de primeras letras en Mérida y Campeche. Las que en los demás pueblos tienen este nombre, solamente son arbitrios que se toman algunos ignorantes y ociosos para no perecer de hambre; y por lo común no hay otras escuelas que las de los maestros indios, cuya enseñanza toda esta reducida a gritar por las mañanas en su bárbaro idioma a las puertas de la iglesia en un tono fastidioso y tal vez ebrios palabras que no entienden. Al jefe político superior y a los ayuntamientos de la provincia incumbe la estrecha obligación de mejorarlas y aumentarlas, y no sabemos de tantos como se han formado, que alguno hubiese tomado en consideración un punto de tanta importancia. Recordemos al jefe político la responsabilidad que en esta parte le imponen las leyes mandándole establecer escuelas castellanas en todos los pueblos so cargo de resistencia, y lo hacemos con tanto más gusto cuando sabemos que solo se necesita indicarle su deber para quedar empeñado en su cumplimiento con todo el celo y actividad que forma su carácter, y que ahora podrá emplear más libremente, desembarazado de otras atenciones con la supresión del juzgado privado de indios y con la limitación de la capitanía general a solo el ejercicio de la jurisdicción militar. Recordamos a los ayuntamientos la obligación que la Constitución les impone de cuidar de todas las escuelas de primeras letras y demás establecimientos de educación, y el interés con que deben desempeñarla, si se han de mostrar dignos de la confianza que de ellos han hecho los pueblos. Solamente su ilustración puede calmar nuestros temores, aun hacer útiles los jueces letrados, en cuya clase, y por desgracia de esta profesión y también por la nuestra hay metidos de gorra innumerables sin los reconocimientos y propiedad que debían caracterizarlos. Mejorará también las costumbres, si es verdad que todo abuso nace del error y todo delito público o privado no es otra cosa que un errado cálculo del espíritu.



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