sábado, 13 de octubre de 2012

Antropología criminal en el Porfiriato

Joed Peña Alcocer en PorEsto!, 25 de mayo de 2012.

Tesoros de la Biblioteca Virtual de Yucatán No. 47 


La apertura de Penitenciaria Juárez representó para la elite política meridana uno de sus más grandes logros. En ella se concentraron los esfuerzos por alcanzar el tan anhelado progreso, acompañado por el orden y la paz, rubros atendidos con la reciente institución carcelaria. En otros estados de la República Mexicana, se habían iniciado proyectos similares, el más emblemático de los cuales fue la penitenciaría de Lecumberri, en la ciudad de México. En Puebla, se levantó también una cárcel, donde prontamente se inició una serie de estudios referentes a la conducta del criminal, las condiciones necesarias para delinquir y otras materias sobre la conducta de los reclusos. La penitenciaría poblana inauguró uno de los primeros centros de estudio de antropología criminal, uno de cuyos pioneros fue Carlos Roumagnac, en la ciudad de México. Mérida no podía quedarse rezagada en esta materia. Pronto los médicos y antropólogos se dieron a la tarea de inspeccionar a los desgraciados hombres -ladrones y mendigos los más de ellos- que a sus ojos representaban la degradación social que había que alejar de la ciudad moderna. Los estudios sobre la conducta criminal son aún parte del día a día, pero constituyen una actividad más antigua de lo que imaginamos. Presentamos ahora un estudio de antropología criminal publicado en una revista médica de nuestro estado.


La Revista Médica de Yucatán, agosto de 1910. Fondo Reservado. Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán.



UN CASO CURIOSO
considerado bajo el punto de vista de la antropología criminal

Por el dr. Álvaro Ávila E.



Nos sugiere las siguientes consideraciones, nuestra observación diaria en las visitas médicas a la Penitenciaria Juárez, ese establecimiento penal en donde algunas centenas de seres compurgan las penas impuestas más que por la justicia, por los mismos delitos cometidos, y a cuya comisión pudieron haber sido atraídos, muchos de ellos, por alguna fuerza interna determinada por anormalidades psíquicas dependientes de anormalidades orgánicas y decimos muchos de ellos, por cuanto que no debe generalizarse este concepto, en atención a que no todo el que comete un acto delictuoso es un ser anormal, y asentemos esto, pues en la práctica diaria se pretende aplicar dicho principio en la mayoría de los casos.



Presentamos a este respecto un caso curioso que hemos tenido oportunidad de observar y que conduce de tal modo a afirmar la existencia de seres anormales, en quienes toda idea de regeneración es un mito y a los cuales debe considerarse no como criminales sino como enfermos. Se trata de un joven natural del Estado con capacidad más que suficiente para poder valorizar la naturaleza de sus actos y quien repetidas veces ha sido recluido en la Penitenciaría a compurgar las penas que le han sido impuestas con motivo de algunos robos de poca consideración, los cuales han sido llevados a cabo casi siempre en templos e instituciones de determinado culto.


A pesar de estar sometido al régimen penitenciario, no se ha ganado nada en lo que se refiere a su regeneración, pues cosa admirable, en sus ratos de ocio practica con mucha frecuencia el robo; probablemente causará extrañeza a nuestros lectores, de cómo se permite en aquel lugar, la práctica de un delito, pero cosa más curiosa aún, la lleva a cabo, consigo mismo y así por ejemplo, se ha podido observar que en cierta ocasión, mientras tomaba sus alimentos, sentado en el interior de la celda, junto a la reja y estando ésta cerrada, colocó una pieza de pan hacia afuera, algo retirada de él, y entre cuanto más entretenido estaba o parecía estar, y como si tratara de despojar a alguien de algo que le pertenecía, sacó la mano con suma rapidez por entre los barrotes de la reja y se apoderó de la pieza de pan, habiéndose podido notar, al mismo tiempo en su semblante, la complacencia que podía producir alguna impresión agradable.


Interrogado por varios de sus compañeros de infortunio acerca de su hábito de robar, manifiesta que siente tal necesidad de robar y es tan agradable la emoción consiguiente que experimenta, que dice: cuando se pasaba algún tiempo y no había podido robar algo, robaba aun cuando fuera una piedra de alguna albarrada.
Varios son los factores de importancia que en el caso del presente llaman poderosamente la atención a saber:


1o. Comisión de un mismo delito.
2o. Poco o ningún interés por la cosa robada.
3o. Actos perpetrados casi siempre en templos e instituciones de determinado culto.
4o. Impresión agradable consiguiente al acto delictuoso.
5o. Prácticas conducentes a adiestrarse en el robo.
60. Ningún resultado favorable a su regeneración.

Es pues un caso digno, bajo los conceptos, del estudio y de que por creerlo de interés, lo presentamos a la consideración de nuestros lectores.

Mérida, agosto 17 de 1910.

Ávila E., Álvaro

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