martes, 15 de junio de 2010

Una tarde de lluvia.

Platicando con El Gallo, me pregunto qué cosas hacen especial al pueblo y en ese preciso instante el cielo mostró sus intenciones…


Domingo, día tranquilo como pocos, calles siempre despobladas, vientos áridos que parecen ser de otro lugar. Domingo, tranquilo Domingo.
La calma se interrumpe por un momento, las nubes al parecer se enojan y cambian de humor, el cielo azul se torna grisáceo y las nubes antes blancas demudan sus rostros. Presuroso El Gallo busca refugio bajo las ramas de una limonaria en el jardín. Como si desearan caer lo más rápido posible, las gotas de agua se precipitan a encontrase con la tierra, el polvo se levanta pero la fuerza del agua lo aplaca.

Se escucha el murmullo del agua, las plantas despiertan de su letargo para recibir a sus amigas. Me encanta ver caer la lluvia, me encanta ver como El Gallo se moja y no pierde la oportunidad de refrescarse como seguramente lo harán más aves, imagino al Thó en las ramas de Kuyul, el pantano de ahí siendo más mortal. Mientras en mi jardín las plantas se alegran.
Termina la lluvia, el cielo antes azul, luego gris, cambia nuevamente para teñirse de rojo, naranja y violeta. Pareciera que un fuego infernal ha terminado con la lluvia y nos obsequia un hermoso atardecer, el aire nos revela la alegría de una planta. Fuerte y robusto cedro, que con el olor de tus hojas nos haces recordar que las lluvias te hacen despertar, que tienes un olor peculiar que por intenso no todos pueden soportar. Las calles húmedas, charcos con mariposas, loritos volando, verde intenso. Naturaleza misteriosa, que con pequeñas gotas nos haces pensar en lo hermoso que es vivir…
… en un pueblo.


Al terminar respondí a la pregunta: esto es lo que hace especial vivir en un pueblo.

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