La educación de los siglos anteriores es una invitación a la revisión de nuestra historia educativa, sobresaliendo la figura del maestro y los compromisos que históricamente ha asumido. Estos compromisos son la herencia del magisterio de hoy en día, en ellos algunos permanecen y otros los han dejado de lado.
La educación como un proceso formal, guiado, normado y progresivo debe tener un facilitador, a éste le hemos llamado profesor, más comúnmente maestro. La noción del maestro a partir del siglo XIX, que es cuando se dota la educación del marco institucional que conocemos, se une estrechamente al concepto de progreso. Los grupos rectores del poder político del siglo antepasado vieron en la educación y el profesorado agentes de cambio o como se diría en aquellos días, de progreso y civilización. Se encumbró a la educación como necesidad social no desprovista de poder, autoridad y liderazgo
No es de extrañar que las grandes reformas educativas en México, aquellas que dan el perfil histórico de la educación del país, surjan en el siglo XIX y el maestro sea un elemento primordial en su conformación. La educación patria, integradora, moral, científica, laica, racional y gratuita son los preceptos que van sucediéndose en el país, correspondió a los maestros hacerse cargo de la implementación de estas políticas en las populosas ciudades y los más apartados pueblos. Fue con el ejercicio del deber que el maestro se forjó la reputación de transformador, de emisario del progreso, ganando una sólida imagen de autoridad y respeto.
El oficio de enseñar se convirtió prontamente en uno de los más respetados, en uno de los más anhelados y en uno de los más sinceros.
El discurso educativo del siglo XIX tiene como una de sus características la cientificidad, la confianza en el saber, el conocimiento como redentor del pueblo o reactor para madurar, todo basado en una sólida formación académica, en un discurso respaldado por la acción. Estas mismas premisas serían compartidas por los maestros del cambio, los de la Revolución de 1910, quienes enarbolarían la bandera de la libertad, quienes buscaban salvar de la ignominia y la enajenación a la sociedad. El lápiz sería el arma, el enemigo la ignorancia.
El maestro de la Revolución llevó a los pueblos la cooperativa, impulsó la agricultura, presentó las letras, reveló el libro, liberó mentes y cuerpos esclavizados, se enfrentó a los terratenientes, introdujo la radio, fundó escuelas, escribió y noveló la redención de las masas, incluso las dirigió. Nuevamente el papel del maestro como agente de cambio se hizo presente.
La anterior es la herencia histórica del profesorado actual, que de manera lamentable ha perdido crédito ante la opinión pública, posiblemente por la desidia, por el sistema que sofoca o la falta de compenetración con la realidad del estudiantado. Urge retomar el compromiso con el proceso de la educación, en especial de dos de sus principales preceptos: laicidad y libertad.
El maestro debe de retomar su papel activo en la sociedad, haciendo todo lo posible por hacer valer los derechos de una educación laica en tiempos en los que el conservadurismo se disfraza de privatización, debe formar conciencias críticas que sabrán elegir, cuestionar y actuar. El laicismo no debe ser confundido con anticlericalismo, su intención real es el respeto a las posturas, a las ideas, es producto de la reflexión superior que quiere ser socava.
Por otra parte la educación en la segunda década del siglo XX se unió al movimiento Revolucionario, entendiendo su misión libertaria. La educación se transformó en un proceso de liberación, de eliminación de la opresión, fue así que muchas mujeres y hombres del campo conocieron sus derechos, las posibilidades que tenían, se revelaron ante la explotación y buscaron en la educación el refugio, el arma de las ideas.
Ambos preceptos tienen una función en la actualidad, pero sólo pueden ser atendidos de manera cabal cuando el maestro es consciente de su deber en la sociedad, de los compromisos históricos que hicieron del maestro y su labor parte importante de la vida del país.
Si en el siglo XIX y XX los maestros impactaron en la sociedad, ¿por qué no lo lograrán los del siglo XXI? Revisar la acción y herencia pedagógica de los siglos pasados debe ser una constante, cuestionarlos un deber, superarlos el objetivo. En la nueva generación de profesores y profesoras debe existir el compromiso, el valor de innovar, el deseo de ser parte activa de la sociedad.
Publicado originalmente en Por Esto!, 16 de mayo de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario