lunes, 11 de junio de 2012

El plagio de mayas durante la guerra

Tesoros BVY No. 39

Joed A. Peña Alcocer, en PorEsto!, 2 de mayo de 2012


El comercio de indígenas a Cuba representó, para los implicados directamente en él, una fuente constante de ganancias, que acrecentó prontamente los caudales de algunos personajes. Es sabido que la captura de campesinos se incrementó de manera importante, por lo que la disminución de la población yucateca tuvo como primera causa la Guerra de Castas y como segunda el comercio de mayas.
g
Existieron voces en contra de tal acto, que reconocían que la comercialización de los “hombres libres” de Yucatán era un acto deplorable y se oponían férreamente a que prosiguiera tan escandalosa actividad. Esta demanda realizada por vecinos de la ciudad de Mérida dio como resultado la publicación de un folleto, que nos muestra el rechazo a la venta de “ciudadanos” yucatecos, que para ellos no eran lo mismo que los “bárbaros sublevados”. El documento expone la necesidad de mantener mano de obra para la industria local. Bien se puede decir que tanto el comercio de mayas como las críticas a éste tienen tras de sí un interés económico. Únicamente hay que tener cuidado con las lecturas que de los documentos realicemos, ello para no dejarnos llevar por las pasiones y sí por la historia como proceso. Dejamos al lector un fragmento de la exposición de los vecinos meridanos, para que con su lectura reflexione sobre tan interesante tema.










Exposición que elevan varios vecinos de esta capital al Superior Gobierno del Estado en demanda de una ley especial sobre el delito de plagio. Mérida, Imprenta de Rafael Pedrera, 1869. Fondo Reservado del Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán.








Excelentísimo Señor:

En medio de los males que agobian a nuestra trabajada sociedad; en medio de los tristes efectos de la guerra de castas que hace doce años aflige a la península, y cuando por resultado de ésta vemos reducida nuestra población a sólo un tercio de lo que era en 1847; cuando la agricultura y la industria se resienten notablemente de la falta de brazos hasta el grado de encontrarse la una moribunda y la otra en decadencia casi en su cuna, vemos con sentimiento nacer un elemento destructor, que si no se aniquila es indudable que dará el golpe de gracia a aquellos únicos dos veneros de nuestra riqueza pública. Hablamos, Señor Excelentísimo, del infame tráfico que hace algún tiempo empezó a hacerse con seres racionales, con hijos de Yucatán, con ciudadanos libres, convirtiéndolos en objetos de comercio, y remitiéndolos con engaño a la vecina isla de Cuba: tráfico que ha tomado hoy tal incremento que amenaza vaciar en pocos años nuestra casi despoblada península. Este comercio por sí solo es más perjudicial y destructor para nuestra sociedad que la misma guerra de castas y todas nuestras contiendas civiles; pues en éstas el terror que produce la derrota, el temor a la muerte y el cansancio, las hacen menguar hasta tocar a su término; mientras que el lucro positivo, sostenido y siempre creciente que ofrece aquel indigno tráfico, le da pábulo y fomento, de tal modo, que en vez de decaer, irá en progresivo y sorprendente aumento.

En la guerra, excepto las bajas que ocasiona, todos los ciudadanos que tomaron las armas vuelven a sus tareas, concluida aquélla; pero en este comercio el país pierde casi sin excepción a todos los que tienen la desgracia de caer en las redes de los traficantes. Aquélla tiene efectos generales y ruidosos, pero temporales; éste, sin estrépito, los produce duraderos e irremediables: en la una puede recobrarse lo perdido; en el otro, no: en una palabra, la guerra social y civil ha detenido a nuestra sociedad en su marcha, la ha hecho retrogradar, y no la ha matado; pero este inmoral comercio, unido a los demás elementos de destrucción, la matará, la hará desaparecer.

No sólo deja a la agricultura e industria sin obreros, sino también a la patria sin soldados. Los negociantes en carne humana tienen un número considerable de agentes que se ocupan de colectar gente para la isla de Cuba, por medio de engaño y con frecuencia de la fuerza, así entre la clase indígena como entre todas las demás que componen la población del Estado. Las ciudades y los campos, nuestras calles y nuestros caminos, se encuentran al presente plagados de multitud de agentes secretos que andan, por decirlo así, a caza de personas de ambos sexos de la clase proletaria, para mandarlas con contratas verdaderas o falsas a la isla de Cuba, valiéndose para su embarque de medios clandestinos.

Lo más deplorable, más perjudicial todavía, es que aquella colecta se verifica en mayor número entre las razas que no pertenecen a la indígena, privando de esta manera de sus justos y legítimos servicios.

Es una verdad tiempo ha demostrada hasta la evidencia, que la principal rémora que se opone a nuestra prosperidad es el reducido número de habitantes que tiene Yucatán para un territorio tan extenso: esto se decía cuando el Estado poseía cerca de seiscientas mil almas; ahora toda la península apenas tiene poco mas de doscientas mil; y así ¿permitiremos que el mal se agrave de manera que se haga de difícil si no de imposible remedio? [¿]Veremos con ojo indiferente añadirse esta calamidad a las muchas que de algún tiempo a esta parte diezman nuestra población [?]

Por necesidad apremiante, por medida indispensable de seguridad general, se han expulsado y habrá que expulsar del país a los indígenas prisioneros de la guerra de castas. Este es un mal, pero un mal necesario: es la amputación que se hace del miembro gangrenado para conservar la vida. Mas la misma razón política que dicta aquella medida, previene la conservación de los pacíficos para servir de contrapeso a la parte sublevada, de antemural a sus invasiones, y para dedicarse a las faenas agrícolas e industriales, mientras el soldado con el fusil al hombro defiende los sagrados derechos de la civilización contra la barbarie. El país es testigo de los buenos e importantes servicios que han prestado al Estado los hidalgos en la guerra social.

Además, necesitamos conservar robusta la población blanca y las mixtas para evitar que la indígena, siempre superior en número, se sobreponga a las demás, y esta falta de equilibrio dé el triunfo a la barbarie. ¿Cómo, pues, no ha de ser dañosa a la salvación pública esa extracción clandestina de personas útiles para ser trasladadas quizá para siempre, a país extranjero […]?



No hay comentarios:

Publicar un comentario