viernes, 31 de agosto de 2012

La educación en el discurso historiográfico de Justo Sierra O´Reilly: breve acercamiento



Los estudios y análisis historiográficos son algunos de los campos más interesantes del quehacer del historiador. Un buen estudio de este tipo nos abre la puerta para comprender de mejor manera cómo los historiadores, contemporáneos o no, han abordado diversas temáticas. Un buen ejemplo de ello podría ser lo hecho por Arturo Taracena en el primer capítulo de  De la nostalgia por la memoria a la memoria nostálgica, donde de manera clara y precisa perfila cuales han sido los principales acercamientos con los que se ha estudiado el tema del separatismo yucateco.

Los mismo pueden ayudarnos a encontrar rasgos característicos de algún escritor y, en la medida en la que los textos lo permitan, poder encontrar la postura que asumió ante tal o cual situación, tal como lo hecho por Evelia Trejo en Los límites del discurso, donde nos señala la postura de Lorenzo de Zavala ante la iglesia.

Estas solo son unas pequeñas y muy resumidas directrices que los estudios historiográficos pueden tener, claro que la profundidad y tema analizado dependerán mucho de la imaginación y pericia del historiador. Por lo pronto dejamos al lector un artículo que precisamente es un ensayo de análisis historiográfico, que fue presentado antes de su publicación como conferencia por el autor en la Casa de la Historia de la Educación en Yucatán.


Joed Amílcar Peña Alcocer en Unicornio. Suplemento cultural de PorEsto!, Mérida, 12 de febrero de 2012.


La educación debe ser entendida como un proceso dialéctico de intercambio de reflexiones en torno a la formación del hombre en sus diversos aspectos, por otra parte, la historia se encarga del estudio de los procesos históricos y en definitiva la educación es uno de estos procesos de suma importancia. Con lo anterior debe quedar de manera sucinta resumida la relación que existe entre la una y la otra, la educación se trata de un proceso histórico y la historia en algún momento se enseña.

Los ideales que la humanidad ha tenido a lo largo de los siglos han quedado registrados en la memoria documental, aquélla que ha sido generada en las instituciones o por hombres comprometidos con el devenir de sus días, éstos últimos generaron un discurso, una serie de escritos que señalan su forma de pensar y concebir los problemas que los aquejaban, esbozando en ellos las soluciones que creían viables. En resumidas cuentas, generaban un discurso.

El Siglo XIX mexicano, en especial en su primera mitad, sentía el empuje de la independencia conseguida en el año de 1821, por lo que se procuró delinear prontamente el esquema bajo el cual la nueva nación encontraría la vía al progreso. Uno de los temas de mayor preocupación fue el de la educación, ya que en perspectiva de los liberales de principios de siglo, el pueblo sólo podría hacer correcto uso de sus derechos y cumplir sus obligaciones, cuando tuviera los conocimientos necesarios para desempeñar correctamente la ciudadanía. En pocas palabras, el ciudadano debía poseer un nivel educativo aceptable.
La población de origen criollo o hispano era poseedora de los niveles educativos de mayor nivel, derivando así que la ciudadanía recayera mayoritariamente en ellos, esta situación presentaba una problemática, ¿Dónde situar a la población indígena? problema no menor si consideramos que la mayor proporción de habitantes era precisamente de este grupo social.

Preocupación por la educación en Yucatán

Yucatán no estuvo exento de esta discusión, muy tempranamente en el Siglo XIX se hizo presente la preocupación por la educación de la población. Entendiendo que ésta conllevaría a un buen ejercicio político. El Misceláneo, primer periódico editado en Yucatán decía que:

“Uno de los primeros encargos de la diputación de provincia es formar la división de ésta en partidos de a 25000 almas, la que aprobada por las Cortes nos traerá inmediatamente 25 jueces de letra por lo menos, si cuando estos lleguen, hallan a los pueblos tan rústicos, tan ignorantes de sus derechos, tan acostumbrados a llevar el yugo del despotismo como lo están en el día, la provincia será perdida […].El único arbitro capaz de evitar los males que los amenazan en esta parte, o de abreviar su plazo, es formar el espíritu publico promoviendo la educación y enseñanza de la juventud […].

“Recordamos a los ayuntamientos la obligación que la Constitución les impone de cuidar de todas las escuelas de primeras letras y demás establecimientos de educación […]. Solamente su ilustración puede calmar nuestros temores, aun hacer útiles los jueces letrados, en cuya clase, y por desgracia de esta profesión y también por la nuestra hay metidos de gorra innumerables sin los reconocimientos y propiedad que debían caracterizarlos. Mejorará también las costumbres, si es verdad que todo abuso nace del error y todo delito público o privado no es otra cosa que un errado cálculo del espíritu” [1].
Conforme pasaron los años se fue acrecentando la necesidad de dar al pueblo una buena educación. Yucatán a mediados del siglo vería iniciar uno de los proyectos culturales más importantes de su historia, 1841 fue el año en el cual salió el primer número de el Museo Yucateco, proyecto donde las plumas más destacadas de la península se reunieron, Justo Sierra O´Reilly, Vicente Calero Quintana y Gerónimo del Castillo Lenard son algunos de ellos.



La nueva empresa editorial tenía como objetivo definir las bases del regionalismo yucateco, instruir a los habitantes de Yucatán mediante la rememoración de los hechos, paisajes y personajes que hacían del territorio peninsular un espacio digno de ser conocido y reconocido. La misión de estas publicaciones tenía estrecha relación con los proyectos políticos. Se pensó y escribió, en otras palabras, se presentó un discurso. Justo Sierra O´Reilly al ser el más destacado intelectual de su época es el claro representante de los intereses de las élites, y uno de ellos es la educación.


Justo Sierra O´Reilly
En este punto es importante advertir que no existe dentro de la producción de Sierra O´Reilly alguna obra dedicada exclusivamente al tema de la educación, pero revisando su producción historiográfica podemos ubicarla como uno de los temas que resultan recurrentes al tratar sobre los indígenas, muy especialmente en la coyuntura de 1847. Por ello hemos analizado sus principales obras y nos hemos dado a la tarea de rastrear su pensamiento sobre la educación.



La educación en los periódicos literarios
el Museo Yucateco y el Registro Yucateco

La población criolla siempre mostró claras prácticas de diferenciación con los llamados “indios” [2], el estatus del criollo como representante de la civilización a partir de la independencia los colocaba, en palabras de ellos mimos, como guardianes de la fragilidad indígena, calificándolo como “el buen salvaje”. Estas recurrentes acciones de diferenciar, de reconocer al indígena como el otro, y éstos últimos de reconocer al criollo como algo diferente a ellos, ayudó en mucho la aceptación del discurso de diferenciación étnica.

Viajeros extranjeros como Frederick de Waldeck y John L. Stephens que arribaron a Yucatán en la primera mitad del XIX veían a los indígenas como “buenos salvajes” e incluso como “salvajes inteligentes”; el segundo viajero proponía que la existencia de las construcciones diseminadas por el territorio peninsular, eran una clara evidencia de la existencia de una historia regional, anterior a la llegada de los españoles [3]. Las observaciones, tanto de los sabios viajeros como de los intelectuales locales, de manera inevitable, llevaron a la planificación del mejor modo de incluir al indígena en “el concierto de las naciones civilizadas”, para ello la educación se erigió como fundamento de la trasformación del indígena, ayudándolo a “poseer de nuevo la capacidad necesaria para inventar y ejecutar obras iguales a las que vimos en los arruinados monumentos de sus antepasados” [4].


Museo Yucateco
Las páginas de el Museo Yucateco fueron donde el nutrido grupo de intelectuales liderados por Sierra O´Reilly plantearon sus opiniones respecto a temas de importancia, tales como la historia, la literatura y la educación. En palabras de Cortés Campos, el lector al que Justo Sierra se dirigía debía ser “ávido de conocimientos, continuo y deseoso de recibir la entrega siguiente” [5]; es claro que las temáticas presentadas en las publicaciones del grupo intelectual yucateco tenían como fin primordial llegar a las clase acomodadas, buscaban influir sobre los influyentes, ellos eran quienes tendrían la facilidad de adquirir los periódicos y en el mejor de los casos hacer uso de las ideas contenidas en ellos. Cortés Campos maneja cuatro fines fundamentales en la novela de Sierra O´Reilly, y que bien pueden ser considerados para la totalidad de su producción. Estos cuatro fines son: educar al público por medio de la historia, formar un criterio sobre los acontecimientos de la época y reflexionar sobre la situación social, revalorizar el amor por la provincia, es decir, crear una identidad regional; y por último, presentar el conocimiento de manera accesible [6].

El proyecto liberal siempre fue visto por sus partidarios como el ideal, dentro de los lineamientos que esta ideología presentaba existían algunos puntos, sino es que todos, que se oponían directamente a las prácticas culturales de los pueblos indígenas, una de ellas es la noción de la propiedad privada, entendida ésta como la posesión exclusiva de bienes por parte de un individuo, contrario a la propiedad comunal indígena. Si bien muchos pobladores indígenas de mediados del Siglo XIX no pretendieron acoplarse a este sistema, hubieron otros que rápidamente buscaron obtener beneficios de estas nuevas enseñanzas liberales. Desde el año de 1840 algunos indígenas, bajo el patronazgo de los grupos criollos, habían iniciado un proceso de apropiación de tierras, algunos de ellos fueron Vicente Pech de Yaxcabá, Jacinto Pat de Tihosuco y Macedonio Dzul de Peto [7]. Podemos notar que la población indígena alcanzó bajo las premisas liberales notoriedad, la influencia de el Museo Yucateco y el Registro Yucateco no pueden ser negadas; las poblaciones mencionadas fueron lugares de distribución de ambos periódicos [8].

En 1841 al indígena se le otorga la ciudadanía, para que dicha concesión fuera efectiva la población debía dejar atrás sus prácticas tradicionales y creencias supersticiosas, como aquéllas enumeradas en las primeras páginas de el Museo.

La idolatría y superstición indígena, lamentada y censurada por Sierra O´Reilly en las páginas de sus periódicos fue tratada también por Bartolomé del Granado, cura de Yaxcabá, en un informe realizado por él a principios del Siglo XIX:

“En los primeros quince años que obtuve este curato, me dieron bastante qué hacer; pero después de los ejemplares castigos de azotes y penitencias que ejecuté en los delincuentes, con arreglo a los superiores mandatos, há como quince años que están en silencio y sólo de tarde en tarde suele haber algún indicio. La adivinación más frecuente, es por medio de algún pedazo de cristal, que llaman zaztun esto es, piedra clara y transparente: por él dicen que ven las cosas ocultas y origen de las enfermedades. Lo que en esto he llegado a entender, es que habrá habido alguno que, con pacto del demonio haya adivinado por medio dicho zaztun; pero lo más ordinario es, que los que de él usan, son unos embuteros impostores [9].

Un criterio similar es la consideración de los ritos como producto del embuste de unos indígenas aprovechados de la ignorancia de sus demás congéneres. A pesar de considerarlos propensos a caer en el engaño por su ignorancia, se pensaba que el indígena era un ser que fácilmente puede ser insertado, mediante la educación adecuada, al grupo de hombres dedicados a trabajar por el progreso de Yucatán. Sin importar aquello, las páginas de el Museo darían cabida, aunque de manera tenue, a una crítica generalizada al carácter del indígena durante el Siglo XIX y a su embriaguez.

Los indios de Yucatán y la utilidad de la educación

La idea sobre la necesidad de incorporar al indígena a la vida yucateca sería abandonada por Sierra en el año de 1847. El Fénix, tercer periódico de Justo Sierra, fue la plataforma de difusión de sus nuevas ideas y concepciones de la población indígena, nacidas del estallido de la insurrección maya. El Diario de nuestro viaje a los Estados Unidos, escrito por Sierra O´Reilly entre septiembre de 1847 y mayo de 1848, durante su viaje a la Unión Americana para negociar la neutralidad de Yucatán en la guerra que sostenía esta nación con México, es una extraordinaria fuente para analizar el vuelco ideológico que Justo Sierra O´Reilly experimentó [10], pasando de abogar por la inclusión del indígena, a ser partidario de su exterminio o expulsión del territorio yucateco [11].

“Yo siempre he tenido lástima a los pobres indios, me he dolido de su condición y más de un vez he hecho esfuerzos por mejorarla, porque se les aliviase de algunas cargas que a mí me parecían muy onerosas. Pero ¡los salvajes! Brutos infames que se están cebando en sangre, en incendios y destrucción. Yo quisiera hoy que desapareciera esa raza maldita” [12].

La enajenación de tierras y el debilitamiento de la agricultura en la zona oriental eran para Justo Sierra parte de los causantes del problema [13], la presión ejercida sobre las comunidades más el cobro de los diezmos les habían dado una carga insoportable [14], los elementos para el estallido de la insurrección en 1847 estaban dados. Todo ello causó que el indígena maya abandonara el culto católico y por lo tanto abrazara sus antiguas creencias, facilitando el desarrollo de la impiedad en ellos [15]. La importancia de la religión para los liberales de mediados del XIX quedó demostrada al afirmar que si los clérigos de la colonia hubieran actuado como el Padre José María Velázquez se hubieran evitado hechos funestos [16].

José María Velázquez y los Sanjuanistas son para Justo Sierra los grandes ideólogos del Yucatán de principios del Siglo XIX, ellos fueron quienes lucharon en contra de la opresión del indígena e innovaron con sus propuestas, llegando incluso a tener un papel importante en la política local. Pero de manera general el grupo había sido una “escuela especulativa y filosófica, más bien que sociedad práctica y de acción, [por lo que] sus medidas no podían tener eficacia alguna” [17], así que las necesidades de los indígenas no pudieron ser cumplidas de manera eficaz. De esta crítica surge la principal explicación que da Justo Sierra O´Reilly a la situación del indígena, haberles otorgado derechos y responsabilidades que no les correspondían por no poseer los elementos educativos necesarios para la comprensión de la legislación [18].


Como buen jurista, Justo Sierra sabía que la comprensión de la ley es un elemento indispensable para que el ciudadano pueda llamarse como tal. La interpretación adecuada de la reglamentación, tanto política como social, es una característica distintiva de los países civilizados y, por lo tanto, de sus ciudadanos. Esta situación no se cumplió ni en 1813 y mucho menos en 1841, dos momentos en los cuales se le posibilitó al indígena su participación en “la visa civilizada”. Por tal motivo Sierra reconoció el valor de la educación en la formación de las naciones, ya que como escribiría años después en su Proyecto de Código Civil Mexicano: “La ley es igual para todos y no conoce distinciones de condición social” [19].

La critica realizada a las órdenes religiosas, en especial a la franciscana, argumenta que la falta de verdadero celo religioso por la enseñanza durante la época colonial dio como resultado que la población indígena se encontrara en el limbo del conocimiento [20]. Por ello Sierra propone una nueva cruzada de evangelización, procurando así que la educación que tanto faltó en décadas anteriores pudiera, ahora, resarcirse con la ayuda de la iglesia. La propuesta del intelectual nos habla, por una parte, del momento de desesperación y abandono de la idea de la existencia del “buen salvaje”, ya que ahora había que “evangelizar”, en pocas palabras, rescatar de la perdición moral y social al sublevado y, por otra, nos muestra la siempre cercana relación que los hombres de tan pulida pluma tuvieron a la iglesia en momentos difíciles.

El nuevo camino tomado por Sierra en su discurso historiográfico trascendería como parte importante de la Guerra de Castas, por medio de su pluma había sido el único que participó del conflicto sin tomar las armas, causando un cambio en sus paisanos. Su periódico El Fénix y Los indios de Yucatán, que nació en las páginas del mismo, se transformarían en los pilares de la historiografía de la segunda mitad del Siglo XIX, logrando llegar, incluso, al plano de la literatura y más aún a la memoria de los yucatecos. La memoria de Justo Sierra O´Reilly prevaleció en tanto hizo resurgir la memoria del peligro de Oriente.

Conclusiones

El tratamiento del tema educativo tiene en Justo Sierra dos momentos evidentes, el primero ligado a sus periódicos el Museo Yucateco y el Registro Yucateco, donde el proceso educativo se llevaba mediante la lectura de los artículos de variados temas, todos ellos siempre teniendo el optimismo de la superación social de Yucatán.

Un segundo momento se encuentra ligado a su Diario de nuestro viaje y Los indios de Yucatán, textos que evidencian la trasformación de las concepciones de Justo Sierra sobre los indígenas. Es en ese momento cuando el intelectual ve la imposibilidad de la educación del indígena, al considerarlo ya no un “buen salvaje”, sino un “bárbaro”. Es interesante el analizar estas propuestas de Sierra, ya que ellas permanecerían en el ambiente académico durante las décadas siguientes, pudiendo ser rastreadas, incluso, hasta principios del Siglo XX, aunque ya no con el mismo espíritu que el hombre nacido en Tixcacaltuyub les imprimió, pero sí demostrando la preocupación por la educación de los hombres del campo.

Aún no habiendo escrito una obra dedicada a la educación en el Estado, la figura de Sierra O´Reilly fue siempre ligada a empresas culturales y educativas. Un ejemplo de ello es que el 15 de Junio de 1879 circuló el primer número de Sierra y Pérez: semanario dedicado al bello sexo, periódico que en palabras de sus editores tendrá como objeto “recoger las tradiciones históricas de la Península, para conservarlas y transmitirlas, a las generaciones sucesivas, dar a luz artículos sobre literatura, bellas artes, poesías y leyendas escritas por jóvenes yucatecos, de un talento fecundo” [21]; lo anterior recuerda un tanto la misión emprendida por la sociedad de amigos que editó el Museo Yucateco y el Registro Yucateco, seguramente ambos periódicos fueron un referentes para este nuevo, ya que los autores ponían el periódico a los auspicios “de dos grandes insignes publicistas, Justo Sierra y Pedro Ildefonso Pérez, los cuales aunque han desaparecido de la escena del mundo, ha sido para entrar en la vida de la inmortalidad” [22].

Queda así de manifiesto que en el campo de la educación y la intelectualidad Sierra O´Reilly siempre ha sido un referente infaltable.

Archivos

CAIHY, Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán.

Hemerografía

-El Misceláneo, 1813.
-Sierra y Pérez, 1879.

Bibliografía

-Campos García, Melchor. “La etnia maya en la conciencia criolla yucateca, 1810-1861”. Tesis de Licenciatura en Ciencias Antropológicas, Especialidad en Antropología Social, UADY, 1987.
-Cortés Campos, Rocío. “La novela histórica de Justo Sierra O´Reilly: una literatura didáctica, formativa y de esparcimiento” en Temas Antropológicos, volumen 25, números 1-2, 2003.
-Revisión del proyecto de código civil mexicano del Dr. Justo Sierra, tomo I, México, Talleres de la librería religiosa, s/f, p. 43.
-Ruz Menéndez, Rodolfo. “Los indios de Yucatán de Bartolomé del Granado Baeza” en Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán, volumen 4, numero 168, 1989.
-Rugeley, “La elite maya del siglo XIX” en Guerra de Castas actores postergados, Mérida, 1997
-Sierra O´Reilly, Justo. Los indios de Yucatán: consideraciones históricas sobre la influencia del elemento indígena en la organización social del país, dos tomos. Mérida, UADY, 1994.
-Sierra O´Reilly, Justo. “Diario de nuestro viaje a los Estados Unidos” en Sierra O´Reilly, Justo y Juan Suarez Navarro. La Guerra de Castas: testimonios de Justo Sierra O´Reilly y Juan Suárez Navarro. México, CONACULTA, 2002.
- Taracena Arriola, Arturo. De la memoria nostálgica a la nostalgia por la memoria: la prensa literaria y la construcción del regionalismo yucateco en el siglo XIX. México, UNAM, 2010.

Notas

[1] El Misceláneo, 3 de Marzo de 1813.
[2] La intelectualidad criolla tuvo un discurso en el que los indígenas fueron excluidos de la civilización yucateca, entendida esta última bajo las premisas del progreso decimonónico. Es importante señalar que los pobladores yucatecos al diferenciarse de los indígenas lo hacían con argumentos basados en premisas de carácter educativo, mientras que al surgir el indígena bárbaro la diferenciación adquiere connotaciones raciales y civilizatorias. Ver: Campos, “La etnia maya en la conciencia criolla yucateca”, 1987, p. 7.
[3] Campos, “La etnia maya en la conciencia criolla yucateca”, 1987, pp. 111-119.
[4] Citado en Campos, “La etnia maya en la conciencia criolla yucateca”, 1987, p. 123.
[5] El estudio realizado versa sobre la novela histórica de Justo Sierra O´Reilly. Se utiliza la conceptualización de Humberto Eco de lector modelo. Si bien es un artículo de análisis literario, el perfil de lector de El Museo Yucateco y El Registro Yucateco nos permite conocer las características del sector poblacional receptor de las ideas de Justo Sierra y sus colaboradores. Cortés Campos, “La novela histórica de Justo Sierra O´Reilly”, 2003, pp. 118-119.
[6] Cortés Campos, “La novela histórica de Justo Sierra O’Reilly”, 2003, pp. 114-115.
[7] Rugeley, “La elite maya del siglo XIX”, 1997, p. 163.
[8] Los distribuidores de El Museo entre 1841-1842 fueron José María Peralta en Campeche, Alonso Aznar y Pérez en Mérida, Marcelino Paz Sierra, Luis Ríos y Valerio Rosado Rosado en Valladolid, Francisco J, Ramírez y José Domingo Sosa en Tekax Felipe Sauri Guzmán en Izamal, Justo Acevedo Lénard en El Carmen, Marcos Duarte Reuela y Francisco Suarez Guzmán en Pero, Pedro J. Hurtado en Bacalar, Pedro de Irabién en Tizimín, José Manuel Zapata Carvajal y Francisco Richie en Villahermosa, José Antonio Quijano Cosgalla en Hecelchakán, José Eulogio Rosado R. y Pantaleón Canto Tovar en Sisal, Juan José Hernández en Espita, Victoriano Moreno en Motul y Marcelino Paz en Sotuta; mientras que para El Registro lo fueron en 1845 Juan Paullada en Campeche, Gerónimo Castillo Lénard en Mérida, Juan José Hernández en Valladolid, José Domingo Sosa en Tekax, Pablo Españoles en Izamal, Justo Acevedo Lénard en El Carmen, Francisco Suárez Guzmán en Peto, Estanislao Carrillo en Ticul, Irineo Perea de Loría en Bacalar e Ignacio Cumplido en México, para 1847 a esta lista se agregarían Manuel Méndez Hernández en Campeche, José Menéndez en Hunucma, Manuel Domínguez Ortiz en Hecelchakán, Manuel Joaquín Cantón en Motul, Juan N. Mendicuti en Maxcanú, Manuel Ayora en Oxkutzcab, Joaquín Cuevas en Ticul, José Domingo Sosa en Tekax, Antonio Herrera en Sisal, Ramón Dionisio Cámara en Tihosuco, Vicente Alamilla en Hopelchen, Mateo Cosgalla en Sotuta, Manuel Contreras en Seyba-Playa, José María Díaz en Yaxcabá, José Inés Reyes en Izamal, Manuel Pérez en Tizimín, Juan Francisco Molina en Bolonchén y Manuel Castilla Reyes en Tecoh, Taracena, De la nostalgia por la memoria, 2010, pp. 125 y 127.
[9] Ruz Menéndez, “Los indios de Bartolomé del Granado Baeza”, 1989, p. 55.
[10] Un aspecto importante sobre el diario de Justo Sierra, es el motivo por el cual lo escribió. El Diario fue escrito para su esposa, de la cual se tuvo que separar debido a la misión que le fue encomendada, sirviendo el diario para mostrar a su mujeres aquello que vivió lejos de ella y el hogar. Ésta intencionalidad personal, da al diario una gran fidelidad sobre sus ideas. La forma de expresarse sobre el terruño, los recuerdos familiares escritos y la culpa demostrada por los compromisos a los cuales orilló a uno de sus hermanos, es base para comprender el cambio de sus ideas sobre los indígenas.
[11] El comercio de indígenas a Cuba ha sido uno de los episodios más oscuros de la historia peninsular, la situación de desesperación del Gobierno lo llevó a tomar tal determinación y, el hecho que Justo Sierra apoyara esta iniciativa evidencia el temor del criollo al indígena. Si bien estas acciones fueron inhumanas no por ello debemos sacarlas de su contexto y realizar una crítica anacrónica.
[12] Sierra, "Diario de nuestro viaje", p. 56.
[13] Sierra, Los indios de Yucatán, 1994, tomo I pp. 185-187.
[14] Sierra, Los indios de Yucatán, 1994, tomo I, pp. 218-228.
[15] Sierra, Los indios de Yucatán, 1994, tomo I, pp. 407-410.
[16] Sierra, Los indios de Yucatán, 1994, tomo II, p. 273.
[17] Sierra, Los indios de Yucatán, 1994, tomo II, p. 93.
[18] Sierra, Los indios de Yucatán, 1994, tomo I, pp. 197-199.
[19] Citado en Revisión del proyecto de código civil, tomo I, p. 43.
[20] Sierra, Los indios de Yucatán, pp. 140-141.
[21] Sierra y Pérez, Mérida, 15 de Junio de 1879.
[22] Sierra y Pérez, Mérida, 15 de Junio de 1879.


Nota del Blog: Las imagenes del Registro Yucateco no apareció en la publicación original. De las imágenes incluidas en el original solo se incluyó la de Justo Sierra O´Reilly. Que conste.


No hay comentarios:

Publicar un comentario