martes, 28 de agosto de 2012

Don Bulle Bulle y la Guerra de Castas


Tesoros de la Biblioteca Virtual de Yucatán No. 41

Joed A. Peña Alcocer en PorEsto!, 9 de mayo de 2012.


Una de las publicaciones yucatecas más representativas del siglo XIX es D. Bulle Bulle, periódico que engalanó sus páginas con grabados de Gabriel Gahona, mejor conocido como Picheta. Con un estilo siempre divertido, en esta revista se reseñaron y criticaron los acontecimientos políticos y sociales del Yucatán de mediados de siglo. En sus páginas se ofreció a los lectores un artículo titulado "Nini va por lana y vuelve trasquilado", escrito donde se deja entrever el temor que poco a poco se acrecentó por las acciones de los indígenas. Uno de los aspectos más interesantes del texto es que se realiza una descripción del maya yucateco de mediados del siglo XIX, ayudándonos a rastrear cómo se fue formando el imaginario de las élites respecto a los sublevados. Trascribimos para el lector una parte del referido artículo.


-D. Bulle Bulle: periódico burlesco y de extravagancias, redactado por una sociedad de bulliciosos. Mérida, 1847. Fondo Reservado Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán.




Carta a Frabicio Bien sabes, querido, que deseoso de ver con mis propios ojos tantas cosas sobre que allí se platica, púseme en camino para con estos contornos con aquel disfraz que te hizo reír de muy buena gana. Una camisa encima de unos calzoncillos anchos y largos, como los pantalones de la última, mi sombrero de pajilla, mis alpargatas con mi machete o alfanje yucateco, creí que fuesen cosas bien capaces de ponerme como de nuevo, facilitándome el hacer mis investigaciones sin que nadie de mí se recelase. Pero oh! Frabicio, cuán cierto salió conmigo aquello de "ir por lana y volver trasquilado!". Ya iba amaneciendo, cuando llegué al primer pueblo. Como el cura de él es un grande amigo mío, fuime derechamente a su casa, y no te puedes figurar cuál fue su admiración al verme entrar en el traje que llevaba. "Todo aquí, me dijo después de haberle explicado el motivo de mi viaje; todo aquí es pura confusión y remolino: ni de día ni de noche se duerme en este bendito pueblo, y mucho me admira, por cierto, que V. no se hubiese encontrado con una patrulla que le tomase por un espía o emisario de los del Oriente. -Conque aquí también hay mucho espanto y tremolina, señor cura? Yo creía que solo en Mérida estábamos de aquí para allí espantadizos y en vela, de tal suerte que al venir a curiosear por acá, también entró en parte de mi proyecto el deseo de huir los chismes y gordas mentiras con que sin compasión se mata a las gentes. -No puede V. figurarse, Nini, lo que ha pasado y está pasando todavía en éste y otros pueblos comarcanos, desde que la noticia de una conspiración los sacudió con una rapidez verdaderamente eléctrica, y los vecinos blancos, parte con lanzas, parte con garrotes y todo género de armas ofensivas, dieron principio a su campaña. Sin embargo, no había resquicio de complicidad en los indígenas, y esto mortificaba a los bullangueros: cada día veían atravesar el pueblo con dirección a la capital largas cuerdas de conspiradores. "Y nosotros, señor cura, me decían los vecinos más medrosos o díscolos, nosotros todavía ningún conspirador hemos remitido a Mérida ¡qué dirán de nuestro poco celo! ¿No es una vergüenza que las autoridades de aquí permanezcan sin obrar cuando en todas las demás partes de la Península bastante tienen los hombres en qué ocuparse?" En vano les hacía yo observar que los jueces no debían proceder contra los indígenas del pueblo, mientras careciésemos de indicios que nos hicieran sospechar su complicidad en el proyecto. Quieras que no quieras, quitaban el sueño a los pobres alcaldes y hasta llegaron a amenazarles con su destitución, si de cualquier modo no se les daba gusto, permitiendo que magullasen a los indios, quienes sin duda, presintiendo la tempestad que iba a caerles en breve tiempo, se escondían como una parvada de aves. Pero esto mismo fue causa de su perdición; pues sus enemigos empezaron a correr la falsa voz de que los bárbaros abandonaron el pueblo para ir a engrosar las filas de los de su raza en el Oriente. Llenóse la plaza, y los jueces, temiendo ser degollados antes por los blancos, que por los indígenas, hicieron prender a los principales de éstos, imitando a Pilatos que condenó a Cristo por evitarse el furor de la canalla. La prisión de aquellos dio rienda suelta a los bulliciosos, y desde entonces no hay día en que a los indios no se apriete más la clavija. Según dicen, se les ha prohibido comprar, y se ha mandado no venderles más género que manta inglesa, sin pararse en la grave consideración del perjuicio que hacen al comercio tan decadente ya por la continuada batahola de nuestros mandatarios [...].


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