Joed A. Peña Alcocer, en PorEsto!, 2 de mayo de 2012
El comercio de indígenas a Cuba representó, para los implicados
directamente en él, una fuente constante de ganancias, que acrecentó
prontamente los caudales de algunos personajes. Es sabido que la captura de
campesinos se incrementó de manera importante, por lo que la disminución de la
población yucateca tuvo como primera causa la Guerra de Castas y como segunda
el comercio de mayas.
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Existieron voces en contra de tal acto, que reconocían que la
comercialización de los “hombres libres” de Yucatán era un acto deplorable y se
oponían férreamente a que prosiguiera tan escandalosa actividad. Esta demanda
realizada por vecinos de la ciudad de Mérida dio como resultado la publicación
de un folleto, que nos muestra el rechazo a la venta de “ciudadanos” yucatecos,
que para ellos no eran lo mismo que los “bárbaros sublevados”. El documento
expone la necesidad de mantener mano de obra para la industria local. Bien se
puede decir que tanto el comercio de mayas como las críticas a éste tienen tras
de sí un interés económico. Únicamente hay que tener cuidado con las lecturas
que de los documentos realicemos, ello para no dejarnos llevar por las pasiones
y sí por la historia como proceso. Dejamos al lector un fragmento de la
exposición de los vecinos meridanos, para que con su lectura reflexione sobre
tan interesante tema.
Exposición que elevan varios vecinos de esta capital al Superior Gobierno del Estado en demanda de una ley especial sobre el delito de plagio. Mérida, Imprenta de Rafael Pedrera, 1869. Fondo Reservado del Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán.
Excelentísimo
Señor:
En medio de
los males que agobian a nuestra trabajada sociedad; en medio de los tristes
efectos de la guerra de castas que hace doce años aflige a la península, y
cuando por resultado de ésta vemos reducida nuestra población a sólo un tercio
de lo que era en 1847; cuando la agricultura y la industria se resienten
notablemente de la falta de brazos hasta el grado de encontrarse la una
moribunda y la otra en decadencia casi en su cuna, vemos con sentimiento nacer
un elemento destructor, que si no se aniquila es indudable que dará el golpe de
gracia a aquellos únicos dos veneros de nuestra riqueza pública. Hablamos,
Señor Excelentísimo, del infame tráfico que hace algún tiempo empezó a hacerse
con seres racionales, con hijos de Yucatán, con ciudadanos libres,
convirtiéndolos en objetos de comercio, y remitiéndolos con engaño a la vecina
isla de Cuba: tráfico que ha tomado hoy tal incremento que amenaza vaciar en
pocos años nuestra casi despoblada península. Este comercio por sí solo es más
perjudicial y destructor para nuestra sociedad que la misma guerra de castas y
todas nuestras contiendas civiles; pues en éstas el terror que produce la
derrota, el temor a la muerte y el cansancio, las hacen menguar hasta tocar a
su término; mientras que el lucro positivo, sostenido y siempre creciente que
ofrece aquel indigno tráfico, le da pábulo y fomento, de tal modo, que en vez
de decaer, irá en progresivo y sorprendente aumento.
En la
guerra, excepto las bajas que ocasiona, todos los ciudadanos que tomaron las
armas vuelven a sus tareas, concluida aquélla; pero en este comercio el país
pierde casi sin excepción a todos los que tienen la desgracia de caer en las
redes de los traficantes. Aquélla tiene efectos generales y ruidosos, pero
temporales; éste, sin estrépito, los produce duraderos e irremediables: en la
una puede recobrarse lo perdido; en el otro, no: en una palabra, la guerra
social y civil ha detenido a nuestra sociedad en su marcha, la ha hecho
retrogradar, y no la ha matado; pero este inmoral comercio, unido a los demás
elementos de destrucción, la matará, la hará desaparecer.
No sólo deja
a la agricultura e industria sin obreros, sino también a la patria sin
soldados. Los negociantes en carne humana tienen un número considerable de
agentes que se ocupan de colectar gente para la isla de Cuba, por medio de
engaño y con frecuencia de la fuerza, así entre la clase indígena como entre
todas las demás que componen la población del Estado. Las ciudades y los
campos, nuestras calles y nuestros caminos, se encuentran al presente plagados
de multitud de agentes secretos que andan, por decirlo así, a caza de personas
de ambos sexos de la clase proletaria, para mandarlas con contratas verdaderas
o falsas a la isla de Cuba, valiéndose para su embarque de medios clandestinos.
Lo más
deplorable, más perjudicial todavía, es que aquella colecta se verifica en
mayor número entre las razas que no pertenecen a la indígena, privando de esta
manera de sus justos y legítimos servicios.
Es una
verdad tiempo ha demostrada hasta la evidencia, que la principal rémora que se
opone a nuestra prosperidad es el reducido número de habitantes que tiene
Yucatán para un territorio tan extenso: esto se decía cuando el Estado poseía
cerca de seiscientas mil almas; ahora toda la península apenas tiene poco mas
de doscientas mil; y así ¿permitiremos que el mal se agrave de manera que se
haga de difícil si no de imposible remedio? [¿]Veremos con ojo indiferente
añadirse esta calamidad a las muchas que de algún tiempo a esta parte diezman
nuestra población [?]
Por
necesidad apremiante, por medida indispensable de seguridad general, se han
expulsado y habrá que expulsar del país a los indígenas prisioneros de la
guerra de castas. Este es un mal, pero un mal necesario: es la amputación que
se hace del miembro gangrenado para conservar la vida. Mas la misma razón
política que dicta aquella medida, previene la conservación de los pacíficos
para servir de contrapeso a la parte sublevada, de antemural a sus invasiones,
y para dedicarse a las faenas agrícolas e industriales, mientras el soldado con
el fusil al hombro defiende los sagrados derechos de la civilización contra la
barbarie. El país es testigo de los buenos e importantes servicios que han
prestado al Estado los hidalgos en la guerra social.
Además,
necesitamos conservar robusta la población blanca y las mixtas para evitar que
la indígena, siempre superior en número, se sobreponga a las demás, y esta
falta de equilibrio dé el triunfo a la barbarie. ¿Cómo, pues, no ha de ser
dañosa a la salvación pública esa extracción clandestina de personas útiles
para ser trasladadas quizá para siempre, a país extranjero […]?