Nuestra entrada número 100 celebra la labor de historiar.
Como una línea del tiempo nuestro blog en sus inicios es una fiel en mostrar
los primeros esbozos de crítica y reflexión, los cambios son grandes, se notan
a simple leída.
El tiempo, los amigos, las lecturas, los congresos, las
conferencias, las presentaciones de libros y, sobre todo, el escribir han sido
punto de partida para mejorar aquello que escribo. Del texto académico al texto
de prensa, tales son las oportunidades que he podido experimentar en poco más
de un año de escribir cada semana, en ocasiones sin descanso. Celebro el gusto
de escribir, celebro el gusto de hacerlo junto a buenas amistas y buenos
lectores.
Dejo ahora un texto sobre "La labor de historiar",
publicado el 19 de marzo del 2013 en el periódico Por Esto! de Mérida, Yucatán.
La labor de historiar
Joed Amílcar Peña Alcocer
Los historiadores nos dedicamos al
análisis del pasado remitiéndonos a las fuentes documentales contemporáneas a
los sucesos investigados, la búsqueda de la certeza histórica constituye el
resultado último del análisis y crítica de fuentes. Se trata de una labor
compleja que escapa de la simpleza de recolectar fuentes o hacer una reseña más
o menos extensa de un conjunto de manuscritos, impresos y testimonios orales.
Es pensar la historia.
El hombre procurará siempre escapar
del olvido, por lo tanto la labor de hacer memoria es inherente a la etapa de nuestro
actual desarrollo social. En los últimos años negar la historia se ha vuelto
redundante, dando paso a un ejercicio poco crítico de pensar y reflexionar nuestro
pasado. "Revisionistas" y "desmitificadores" han salido al
campo de la labor histórica para dar fin a los héroes, derribando al mismo
tiempo los pilares de la construcción del conocimiento histórico: análisis,
crítica, reflexión y, sobre todo, compromiso con la verdad. No una verdad
construida en base a lo oficial, sino una que contempla todas las aristas de
los complejos procesos históricos que van de lo factual, pasando por lo social
y llegan a lo psicológico.
Posiblemente el sentir del pasado, que
llama poderosamente a todo hombre, nos ha llevado a pensar en la facilidad de
la historia, cuando no existe argumento más errado. La historia como disciplina
es compleja, la historia como un saber social también lo es. Rodolfo Cortés del
Moral hace unos años señaló, en su prologo a Reflexiones en torno a la historia de Luis Rionda Arreguín, que
"pensar la historia significa transitar de la simple descripción de los
hechos a la comprensión de sus sentidos y crisis". De manera atinada resumió
el pensamiento sobre la historia de Rionda Arreguín en tres tesis: la historia
es irreductible a determinaciones o causalidades simples; la objetividad del
conocimiento histórico es el resultado de una dilatada historia en la que han
participado diversos tipos de experiencia y de elaboraciones teóricas; al
converger en la historia todas las experiencias humanas es la historia lugar
natural de la condición humana.
Los tres puntos anteriores son una
vía, no la única, para hacernos una idea de la labor del historiador. Queda
claro entonces que el desmitificar o revisar no se trata del simple hecho de
desmontar, es una compleja labor intelectual, filosófica y social que al día de hoy es abordada por muy pocos con el
profesionalismo debido. Armando Fuentes Aguirre, Francisco Martín Moreno o
Macario Schettino son algunos ejemplos de una labor desmitificadora y
revisionista que no hace caso de las tres premisas mencionadas anteriormente.
Es importante que no desviemos la
mirada y neguemos que la lectura de la historia aumentó gracias a autores como
los anteriores, aunque ello no represente la formación de una conciencia crítica
sobre nuestro pasado. Los historiadores debemos regresar a la propuesta de Luis
González y González quien, en su texto "La dosificación del saber
histórico", nos ofrece propuestas para enseñar historia a niños,
adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos, en todos los casos la complejidad
del proceso histórico está presente pero no por ello es incomprensible.
González y González escribió que la
historia tiene poca utilidad "para resolver los problemas de la niñez y la
adolescencia, pero quizá mucha para desenredar los líos en que se meten lo
adultos". Es decir, la historia es aprovechable en relación a la madurez
del hombre y, también, por la madurez del escrito histórico, del compromiso de
abordar el pasado para conocer todos sus sentidos y crisis.
Buscar en nuestro pasado es
encontrarnos con las causas del presente, buscar las piezas que nos indican un
futuro posible. Las historia se encuentra en el ceno de las sociedades que
esperan de y al futuro, es una muestra de la confianza de los hombres en el
porvenir. Por ello resultan absurdas las propuestas de "el fin de la
historia", afirmarlo es reducir al hombre a un ser incapaz de ver más lejos
del hoy. No gustará a muchos pero, una sociedad sin historia es síntoma de la
desesperanza humana.
El historiador no es un profeta,
aunque Jules Barbey d´Aurevilly les haya llamado profetas del pasado en 1851 y
más recientemente Christopher Domínguez Michel, en todo caso es un ciudadano
comprometido con el devenir de su pueblo. No es trabajo del historiador socavar
la identidad de las sociedades, es explicarla, darle sentido al pasado y con
ello ofrecer certeza de lo que somos. Las pocas palabras no bastan para hacernos
una idea de lo complejo que es pensar en la historia y de ello nos damos cuenta
al ver la complejidad humana.
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