viernes, 31 de agosto de 2012

La educación en el discurso historiográfico de Justo Sierra O´Reilly: breve acercamiento



Los estudios y análisis historiográficos son algunos de los campos más interesantes del quehacer del historiador. Un buen estudio de este tipo nos abre la puerta para comprender de mejor manera cómo los historiadores, contemporáneos o no, han abordado diversas temáticas. Un buen ejemplo de ello podría ser lo hecho por Arturo Taracena en el primer capítulo de  De la nostalgia por la memoria a la memoria nostálgica, donde de manera clara y precisa perfila cuales han sido los principales acercamientos con los que se ha estudiado el tema del separatismo yucateco.

Los mismo pueden ayudarnos a encontrar rasgos característicos de algún escritor y, en la medida en la que los textos lo permitan, poder encontrar la postura que asumió ante tal o cual situación, tal como lo hecho por Evelia Trejo en Los límites del discurso, donde nos señala la postura de Lorenzo de Zavala ante la iglesia.

Estas solo son unas pequeñas y muy resumidas directrices que los estudios historiográficos pueden tener, claro que la profundidad y tema analizado dependerán mucho de la imaginación y pericia del historiador. Por lo pronto dejamos al lector un artículo que precisamente es un ensayo de análisis historiográfico, que fue presentado antes de su publicación como conferencia por el autor en la Casa de la Historia de la Educación en Yucatán.


Joed Amílcar Peña Alcocer en Unicornio. Suplemento cultural de PorEsto!, Mérida, 12 de febrero de 2012.


La educación debe ser entendida como un proceso dialéctico de intercambio de reflexiones en torno a la formación del hombre en sus diversos aspectos, por otra parte, la historia se encarga del estudio de los procesos históricos y en definitiva la educación es uno de estos procesos de suma importancia. Con lo anterior debe quedar de manera sucinta resumida la relación que existe entre la una y la otra, la educación se trata de un proceso histórico y la historia en algún momento se enseña.

Los ideales que la humanidad ha tenido a lo largo de los siglos han quedado registrados en la memoria documental, aquélla que ha sido generada en las instituciones o por hombres comprometidos con el devenir de sus días, éstos últimos generaron un discurso, una serie de escritos que señalan su forma de pensar y concebir los problemas que los aquejaban, esbozando en ellos las soluciones que creían viables. En resumidas cuentas, generaban un discurso.

El Siglo XIX mexicano, en especial en su primera mitad, sentía el empuje de la independencia conseguida en el año de 1821, por lo que se procuró delinear prontamente el esquema bajo el cual la nueva nación encontraría la vía al progreso. Uno de los temas de mayor preocupación fue el de la educación, ya que en perspectiva de los liberales de principios de siglo, el pueblo sólo podría hacer correcto uso de sus derechos y cumplir sus obligaciones, cuando tuviera los conocimientos necesarios para desempeñar correctamente la ciudadanía. En pocas palabras, el ciudadano debía poseer un nivel educativo aceptable.
La población de origen criollo o hispano era poseedora de los niveles educativos de mayor nivel, derivando así que la ciudadanía recayera mayoritariamente en ellos, esta situación presentaba una problemática, ¿Dónde situar a la población indígena? problema no menor si consideramos que la mayor proporción de habitantes era precisamente de este grupo social.

Preocupación por la educación en Yucatán

Yucatán no estuvo exento de esta discusión, muy tempranamente en el Siglo XIX se hizo presente la preocupación por la educación de la población. Entendiendo que ésta conllevaría a un buen ejercicio político. El Misceláneo, primer periódico editado en Yucatán decía que:

“Uno de los primeros encargos de la diputación de provincia es formar la división de ésta en partidos de a 25000 almas, la que aprobada por las Cortes nos traerá inmediatamente 25 jueces de letra por lo menos, si cuando estos lleguen, hallan a los pueblos tan rústicos, tan ignorantes de sus derechos, tan acostumbrados a llevar el yugo del despotismo como lo están en el día, la provincia será perdida […].El único arbitro capaz de evitar los males que los amenazan en esta parte, o de abreviar su plazo, es formar el espíritu publico promoviendo la educación y enseñanza de la juventud […].

“Recordamos a los ayuntamientos la obligación que la Constitución les impone de cuidar de todas las escuelas de primeras letras y demás establecimientos de educación […]. Solamente su ilustración puede calmar nuestros temores, aun hacer útiles los jueces letrados, en cuya clase, y por desgracia de esta profesión y también por la nuestra hay metidos de gorra innumerables sin los reconocimientos y propiedad que debían caracterizarlos. Mejorará también las costumbres, si es verdad que todo abuso nace del error y todo delito público o privado no es otra cosa que un errado cálculo del espíritu” [1].
Conforme pasaron los años se fue acrecentando la necesidad de dar al pueblo una buena educación. Yucatán a mediados del siglo vería iniciar uno de los proyectos culturales más importantes de su historia, 1841 fue el año en el cual salió el primer número de el Museo Yucateco, proyecto donde las plumas más destacadas de la península se reunieron, Justo Sierra O´Reilly, Vicente Calero Quintana y Gerónimo del Castillo Lenard son algunos de ellos.



La nueva empresa editorial tenía como objetivo definir las bases del regionalismo yucateco, instruir a los habitantes de Yucatán mediante la rememoración de los hechos, paisajes y personajes que hacían del territorio peninsular un espacio digno de ser conocido y reconocido. La misión de estas publicaciones tenía estrecha relación con los proyectos políticos. Se pensó y escribió, en otras palabras, se presentó un discurso. Justo Sierra O´Reilly al ser el más destacado intelectual de su época es el claro representante de los intereses de las élites, y uno de ellos es la educación.


Justo Sierra O´Reilly
En este punto es importante advertir que no existe dentro de la producción de Sierra O´Reilly alguna obra dedicada exclusivamente al tema de la educación, pero revisando su producción historiográfica podemos ubicarla como uno de los temas que resultan recurrentes al tratar sobre los indígenas, muy especialmente en la coyuntura de 1847. Por ello hemos analizado sus principales obras y nos hemos dado a la tarea de rastrear su pensamiento sobre la educación.



La educación en los periódicos literarios
el Museo Yucateco y el Registro Yucateco

La población criolla siempre mostró claras prácticas de diferenciación con los llamados “indios” [2], el estatus del criollo como representante de la civilización a partir de la independencia los colocaba, en palabras de ellos mimos, como guardianes de la fragilidad indígena, calificándolo como “el buen salvaje”. Estas recurrentes acciones de diferenciar, de reconocer al indígena como el otro, y éstos últimos de reconocer al criollo como algo diferente a ellos, ayudó en mucho la aceptación del discurso de diferenciación étnica.

Viajeros extranjeros como Frederick de Waldeck y John L. Stephens que arribaron a Yucatán en la primera mitad del XIX veían a los indígenas como “buenos salvajes” e incluso como “salvajes inteligentes”; el segundo viajero proponía que la existencia de las construcciones diseminadas por el territorio peninsular, eran una clara evidencia de la existencia de una historia regional, anterior a la llegada de los españoles [3]. Las observaciones, tanto de los sabios viajeros como de los intelectuales locales, de manera inevitable, llevaron a la planificación del mejor modo de incluir al indígena en “el concierto de las naciones civilizadas”, para ello la educación se erigió como fundamento de la trasformación del indígena, ayudándolo a “poseer de nuevo la capacidad necesaria para inventar y ejecutar obras iguales a las que vimos en los arruinados monumentos de sus antepasados” [4].


Museo Yucateco
Las páginas de el Museo Yucateco fueron donde el nutrido grupo de intelectuales liderados por Sierra O´Reilly plantearon sus opiniones respecto a temas de importancia, tales como la historia, la literatura y la educación. En palabras de Cortés Campos, el lector al que Justo Sierra se dirigía debía ser “ávido de conocimientos, continuo y deseoso de recibir la entrega siguiente” [5]; es claro que las temáticas presentadas en las publicaciones del grupo intelectual yucateco tenían como fin primordial llegar a las clase acomodadas, buscaban influir sobre los influyentes, ellos eran quienes tendrían la facilidad de adquirir los periódicos y en el mejor de los casos hacer uso de las ideas contenidas en ellos. Cortés Campos maneja cuatro fines fundamentales en la novela de Sierra O´Reilly, y que bien pueden ser considerados para la totalidad de su producción. Estos cuatro fines son: educar al público por medio de la historia, formar un criterio sobre los acontecimientos de la época y reflexionar sobre la situación social, revalorizar el amor por la provincia, es decir, crear una identidad regional; y por último, presentar el conocimiento de manera accesible [6].

El proyecto liberal siempre fue visto por sus partidarios como el ideal, dentro de los lineamientos que esta ideología presentaba existían algunos puntos, sino es que todos, que se oponían directamente a las prácticas culturales de los pueblos indígenas, una de ellas es la noción de la propiedad privada, entendida ésta como la posesión exclusiva de bienes por parte de un individuo, contrario a la propiedad comunal indígena. Si bien muchos pobladores indígenas de mediados del Siglo XIX no pretendieron acoplarse a este sistema, hubieron otros que rápidamente buscaron obtener beneficios de estas nuevas enseñanzas liberales. Desde el año de 1840 algunos indígenas, bajo el patronazgo de los grupos criollos, habían iniciado un proceso de apropiación de tierras, algunos de ellos fueron Vicente Pech de Yaxcabá, Jacinto Pat de Tihosuco y Macedonio Dzul de Peto [7]. Podemos notar que la población indígena alcanzó bajo las premisas liberales notoriedad, la influencia de el Museo Yucateco y el Registro Yucateco no pueden ser negadas; las poblaciones mencionadas fueron lugares de distribución de ambos periódicos [8].

En 1841 al indígena se le otorga la ciudadanía, para que dicha concesión fuera efectiva la población debía dejar atrás sus prácticas tradicionales y creencias supersticiosas, como aquéllas enumeradas en las primeras páginas de el Museo.

La idolatría y superstición indígena, lamentada y censurada por Sierra O´Reilly en las páginas de sus periódicos fue tratada también por Bartolomé del Granado, cura de Yaxcabá, en un informe realizado por él a principios del Siglo XIX:

“En los primeros quince años que obtuve este curato, me dieron bastante qué hacer; pero después de los ejemplares castigos de azotes y penitencias que ejecuté en los delincuentes, con arreglo a los superiores mandatos, há como quince años que están en silencio y sólo de tarde en tarde suele haber algún indicio. La adivinación más frecuente, es por medio de algún pedazo de cristal, que llaman zaztun esto es, piedra clara y transparente: por él dicen que ven las cosas ocultas y origen de las enfermedades. Lo que en esto he llegado a entender, es que habrá habido alguno que, con pacto del demonio haya adivinado por medio dicho zaztun; pero lo más ordinario es, que los que de él usan, son unos embuteros impostores [9].

Un criterio similar es la consideración de los ritos como producto del embuste de unos indígenas aprovechados de la ignorancia de sus demás congéneres. A pesar de considerarlos propensos a caer en el engaño por su ignorancia, se pensaba que el indígena era un ser que fácilmente puede ser insertado, mediante la educación adecuada, al grupo de hombres dedicados a trabajar por el progreso de Yucatán. Sin importar aquello, las páginas de el Museo darían cabida, aunque de manera tenue, a una crítica generalizada al carácter del indígena durante el Siglo XIX y a su embriaguez.

Los indios de Yucatán y la utilidad de la educación

La idea sobre la necesidad de incorporar al indígena a la vida yucateca sería abandonada por Sierra en el año de 1847. El Fénix, tercer periódico de Justo Sierra, fue la plataforma de difusión de sus nuevas ideas y concepciones de la población indígena, nacidas del estallido de la insurrección maya. El Diario de nuestro viaje a los Estados Unidos, escrito por Sierra O´Reilly entre septiembre de 1847 y mayo de 1848, durante su viaje a la Unión Americana para negociar la neutralidad de Yucatán en la guerra que sostenía esta nación con México, es una extraordinaria fuente para analizar el vuelco ideológico que Justo Sierra O´Reilly experimentó [10], pasando de abogar por la inclusión del indígena, a ser partidario de su exterminio o expulsión del territorio yucateco [11].

“Yo siempre he tenido lástima a los pobres indios, me he dolido de su condición y más de un vez he hecho esfuerzos por mejorarla, porque se les aliviase de algunas cargas que a mí me parecían muy onerosas. Pero ¡los salvajes! Brutos infames que se están cebando en sangre, en incendios y destrucción. Yo quisiera hoy que desapareciera esa raza maldita” [12].

La enajenación de tierras y el debilitamiento de la agricultura en la zona oriental eran para Justo Sierra parte de los causantes del problema [13], la presión ejercida sobre las comunidades más el cobro de los diezmos les habían dado una carga insoportable [14], los elementos para el estallido de la insurrección en 1847 estaban dados. Todo ello causó que el indígena maya abandonara el culto católico y por lo tanto abrazara sus antiguas creencias, facilitando el desarrollo de la impiedad en ellos [15]. La importancia de la religión para los liberales de mediados del XIX quedó demostrada al afirmar que si los clérigos de la colonia hubieran actuado como el Padre José María Velázquez se hubieran evitado hechos funestos [16].

José María Velázquez y los Sanjuanistas son para Justo Sierra los grandes ideólogos del Yucatán de principios del Siglo XIX, ellos fueron quienes lucharon en contra de la opresión del indígena e innovaron con sus propuestas, llegando incluso a tener un papel importante en la política local. Pero de manera general el grupo había sido una “escuela especulativa y filosófica, más bien que sociedad práctica y de acción, [por lo que] sus medidas no podían tener eficacia alguna” [17], así que las necesidades de los indígenas no pudieron ser cumplidas de manera eficaz. De esta crítica surge la principal explicación que da Justo Sierra O´Reilly a la situación del indígena, haberles otorgado derechos y responsabilidades que no les correspondían por no poseer los elementos educativos necesarios para la comprensión de la legislación [18].


Como buen jurista, Justo Sierra sabía que la comprensión de la ley es un elemento indispensable para que el ciudadano pueda llamarse como tal. La interpretación adecuada de la reglamentación, tanto política como social, es una característica distintiva de los países civilizados y, por lo tanto, de sus ciudadanos. Esta situación no se cumplió ni en 1813 y mucho menos en 1841, dos momentos en los cuales se le posibilitó al indígena su participación en “la visa civilizada”. Por tal motivo Sierra reconoció el valor de la educación en la formación de las naciones, ya que como escribiría años después en su Proyecto de Código Civil Mexicano: “La ley es igual para todos y no conoce distinciones de condición social” [19].

La critica realizada a las órdenes religiosas, en especial a la franciscana, argumenta que la falta de verdadero celo religioso por la enseñanza durante la época colonial dio como resultado que la población indígena se encontrara en el limbo del conocimiento [20]. Por ello Sierra propone una nueva cruzada de evangelización, procurando así que la educación que tanto faltó en décadas anteriores pudiera, ahora, resarcirse con la ayuda de la iglesia. La propuesta del intelectual nos habla, por una parte, del momento de desesperación y abandono de la idea de la existencia del “buen salvaje”, ya que ahora había que “evangelizar”, en pocas palabras, rescatar de la perdición moral y social al sublevado y, por otra, nos muestra la siempre cercana relación que los hombres de tan pulida pluma tuvieron a la iglesia en momentos difíciles.

El nuevo camino tomado por Sierra en su discurso historiográfico trascendería como parte importante de la Guerra de Castas, por medio de su pluma había sido el único que participó del conflicto sin tomar las armas, causando un cambio en sus paisanos. Su periódico El Fénix y Los indios de Yucatán, que nació en las páginas del mismo, se transformarían en los pilares de la historiografía de la segunda mitad del Siglo XIX, logrando llegar, incluso, al plano de la literatura y más aún a la memoria de los yucatecos. La memoria de Justo Sierra O´Reilly prevaleció en tanto hizo resurgir la memoria del peligro de Oriente.

Conclusiones

El tratamiento del tema educativo tiene en Justo Sierra dos momentos evidentes, el primero ligado a sus periódicos el Museo Yucateco y el Registro Yucateco, donde el proceso educativo se llevaba mediante la lectura de los artículos de variados temas, todos ellos siempre teniendo el optimismo de la superación social de Yucatán.

Un segundo momento se encuentra ligado a su Diario de nuestro viaje y Los indios de Yucatán, textos que evidencian la trasformación de las concepciones de Justo Sierra sobre los indígenas. Es en ese momento cuando el intelectual ve la imposibilidad de la educación del indígena, al considerarlo ya no un “buen salvaje”, sino un “bárbaro”. Es interesante el analizar estas propuestas de Sierra, ya que ellas permanecerían en el ambiente académico durante las décadas siguientes, pudiendo ser rastreadas, incluso, hasta principios del Siglo XX, aunque ya no con el mismo espíritu que el hombre nacido en Tixcacaltuyub les imprimió, pero sí demostrando la preocupación por la educación de los hombres del campo.

Aún no habiendo escrito una obra dedicada a la educación en el Estado, la figura de Sierra O´Reilly fue siempre ligada a empresas culturales y educativas. Un ejemplo de ello es que el 15 de Junio de 1879 circuló el primer número de Sierra y Pérez: semanario dedicado al bello sexo, periódico que en palabras de sus editores tendrá como objeto “recoger las tradiciones históricas de la Península, para conservarlas y transmitirlas, a las generaciones sucesivas, dar a luz artículos sobre literatura, bellas artes, poesías y leyendas escritas por jóvenes yucatecos, de un talento fecundo” [21]; lo anterior recuerda un tanto la misión emprendida por la sociedad de amigos que editó el Museo Yucateco y el Registro Yucateco, seguramente ambos periódicos fueron un referentes para este nuevo, ya que los autores ponían el periódico a los auspicios “de dos grandes insignes publicistas, Justo Sierra y Pedro Ildefonso Pérez, los cuales aunque han desaparecido de la escena del mundo, ha sido para entrar en la vida de la inmortalidad” [22].

Queda así de manifiesto que en el campo de la educación y la intelectualidad Sierra O´Reilly siempre ha sido un referente infaltable.

Archivos

CAIHY, Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán.

Hemerografía

-El Misceláneo, 1813.
-Sierra y Pérez, 1879.

Bibliografía

-Campos García, Melchor. “La etnia maya en la conciencia criolla yucateca, 1810-1861”. Tesis de Licenciatura en Ciencias Antropológicas, Especialidad en Antropología Social, UADY, 1987.
-Cortés Campos, Rocío. “La novela histórica de Justo Sierra O´Reilly: una literatura didáctica, formativa y de esparcimiento” en Temas Antropológicos, volumen 25, números 1-2, 2003.
-Revisión del proyecto de código civil mexicano del Dr. Justo Sierra, tomo I, México, Talleres de la librería religiosa, s/f, p. 43.
-Ruz Menéndez, Rodolfo. “Los indios de Yucatán de Bartolomé del Granado Baeza” en Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán, volumen 4, numero 168, 1989.
-Rugeley, “La elite maya del siglo XIX” en Guerra de Castas actores postergados, Mérida, 1997
-Sierra O´Reilly, Justo. Los indios de Yucatán: consideraciones históricas sobre la influencia del elemento indígena en la organización social del país, dos tomos. Mérida, UADY, 1994.
-Sierra O´Reilly, Justo. “Diario de nuestro viaje a los Estados Unidos” en Sierra O´Reilly, Justo y Juan Suarez Navarro. La Guerra de Castas: testimonios de Justo Sierra O´Reilly y Juan Suárez Navarro. México, CONACULTA, 2002.
- Taracena Arriola, Arturo. De la memoria nostálgica a la nostalgia por la memoria: la prensa literaria y la construcción del regionalismo yucateco en el siglo XIX. México, UNAM, 2010.

Notas

[1] El Misceláneo, 3 de Marzo de 1813.
[2] La intelectualidad criolla tuvo un discurso en el que los indígenas fueron excluidos de la civilización yucateca, entendida esta última bajo las premisas del progreso decimonónico. Es importante señalar que los pobladores yucatecos al diferenciarse de los indígenas lo hacían con argumentos basados en premisas de carácter educativo, mientras que al surgir el indígena bárbaro la diferenciación adquiere connotaciones raciales y civilizatorias. Ver: Campos, “La etnia maya en la conciencia criolla yucateca”, 1987, p. 7.
[3] Campos, “La etnia maya en la conciencia criolla yucateca”, 1987, pp. 111-119.
[4] Citado en Campos, “La etnia maya en la conciencia criolla yucateca”, 1987, p. 123.
[5] El estudio realizado versa sobre la novela histórica de Justo Sierra O´Reilly. Se utiliza la conceptualización de Humberto Eco de lector modelo. Si bien es un artículo de análisis literario, el perfil de lector de El Museo Yucateco y El Registro Yucateco nos permite conocer las características del sector poblacional receptor de las ideas de Justo Sierra y sus colaboradores. Cortés Campos, “La novela histórica de Justo Sierra O´Reilly”, 2003, pp. 118-119.
[6] Cortés Campos, “La novela histórica de Justo Sierra O’Reilly”, 2003, pp. 114-115.
[7] Rugeley, “La elite maya del siglo XIX”, 1997, p. 163.
[8] Los distribuidores de El Museo entre 1841-1842 fueron José María Peralta en Campeche, Alonso Aznar y Pérez en Mérida, Marcelino Paz Sierra, Luis Ríos y Valerio Rosado Rosado en Valladolid, Francisco J, Ramírez y José Domingo Sosa en Tekax Felipe Sauri Guzmán en Izamal, Justo Acevedo Lénard en El Carmen, Marcos Duarte Reuela y Francisco Suarez Guzmán en Pero, Pedro J. Hurtado en Bacalar, Pedro de Irabién en Tizimín, José Manuel Zapata Carvajal y Francisco Richie en Villahermosa, José Antonio Quijano Cosgalla en Hecelchakán, José Eulogio Rosado R. y Pantaleón Canto Tovar en Sisal, Juan José Hernández en Espita, Victoriano Moreno en Motul y Marcelino Paz en Sotuta; mientras que para El Registro lo fueron en 1845 Juan Paullada en Campeche, Gerónimo Castillo Lénard en Mérida, Juan José Hernández en Valladolid, José Domingo Sosa en Tekax, Pablo Españoles en Izamal, Justo Acevedo Lénard en El Carmen, Francisco Suárez Guzmán en Peto, Estanislao Carrillo en Ticul, Irineo Perea de Loría en Bacalar e Ignacio Cumplido en México, para 1847 a esta lista se agregarían Manuel Méndez Hernández en Campeche, José Menéndez en Hunucma, Manuel Domínguez Ortiz en Hecelchakán, Manuel Joaquín Cantón en Motul, Juan N. Mendicuti en Maxcanú, Manuel Ayora en Oxkutzcab, Joaquín Cuevas en Ticul, José Domingo Sosa en Tekax, Antonio Herrera en Sisal, Ramón Dionisio Cámara en Tihosuco, Vicente Alamilla en Hopelchen, Mateo Cosgalla en Sotuta, Manuel Contreras en Seyba-Playa, José María Díaz en Yaxcabá, José Inés Reyes en Izamal, Manuel Pérez en Tizimín, Juan Francisco Molina en Bolonchén y Manuel Castilla Reyes en Tecoh, Taracena, De la nostalgia por la memoria, 2010, pp. 125 y 127.
[9] Ruz Menéndez, “Los indios de Bartolomé del Granado Baeza”, 1989, p. 55.
[10] Un aspecto importante sobre el diario de Justo Sierra, es el motivo por el cual lo escribió. El Diario fue escrito para su esposa, de la cual se tuvo que separar debido a la misión que le fue encomendada, sirviendo el diario para mostrar a su mujeres aquello que vivió lejos de ella y el hogar. Ésta intencionalidad personal, da al diario una gran fidelidad sobre sus ideas. La forma de expresarse sobre el terruño, los recuerdos familiares escritos y la culpa demostrada por los compromisos a los cuales orilló a uno de sus hermanos, es base para comprender el cambio de sus ideas sobre los indígenas.
[11] El comercio de indígenas a Cuba ha sido uno de los episodios más oscuros de la historia peninsular, la situación de desesperación del Gobierno lo llevó a tomar tal determinación y, el hecho que Justo Sierra apoyara esta iniciativa evidencia el temor del criollo al indígena. Si bien estas acciones fueron inhumanas no por ello debemos sacarlas de su contexto y realizar una crítica anacrónica.
[12] Sierra, "Diario de nuestro viaje", p. 56.
[13] Sierra, Los indios de Yucatán, 1994, tomo I pp. 185-187.
[14] Sierra, Los indios de Yucatán, 1994, tomo I, pp. 218-228.
[15] Sierra, Los indios de Yucatán, 1994, tomo I, pp. 407-410.
[16] Sierra, Los indios de Yucatán, 1994, tomo II, p. 273.
[17] Sierra, Los indios de Yucatán, 1994, tomo II, p. 93.
[18] Sierra, Los indios de Yucatán, 1994, tomo I, pp. 197-199.
[19] Citado en Revisión del proyecto de código civil, tomo I, p. 43.
[20] Sierra, Los indios de Yucatán, pp. 140-141.
[21] Sierra y Pérez, Mérida, 15 de Junio de 1879.
[22] Sierra y Pérez, Mérida, 15 de Junio de 1879.


Nota del Blog: Las imagenes del Registro Yucateco no apareció en la publicación original. De las imágenes incluidas en el original solo se incluyó la de Justo Sierra O´Reilly. Que conste.


jueves, 30 de agosto de 2012

Una poesía a los héroes de la Guerra de Castas


Tesoros de la Biblioteca Virtual de Yucatán No. 43

Joed Peña Alcocer, en PorEsto!, 16 de mayo de 2012.


Experiencias tan desgarradoras como la Guerra de Castas generan multitud de formas de rememorarlas y conmemorarlas. La población de origen criollo tendió a incluir el aniversario de la guerra como una efeméride local, procurando perpetuar la memoria de los hombres que dieron su vida por la "civilización". Si bien estas conmemoraciones nunca aceptaron la responsabilidad que los "blancos" tuvieron en el estallido de la guerra, nos muestran la forma de recordar un evento tan regional. Presentamos al lector una fracción de una composición realizada por Rodolfo Menéndez de la Peña en la que podemos notar el espíritu con que la población no indígena revestía el conflicto de 1847.










-Rodolfo Menéndez. 30 de julio: homenaje a los héroes de la guerra social. Mérida, tipografía “Guttemberg”, 1908. Fondo Reservado, Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán.












¡30 DE JULIO!

El pueblo que no cultive con amor sus tradiciones y que no rodee de prestigio a los hombres ilustres que le han dado grandeza y gloria, irá perdiendo la conciencia de sí mismo y extinguiendo su personalidad.

Ramón Melgar 
Educador argentino

Hoy es el magno día
en que un pueblo recuerda
de sus ilustres padres
la inmortal epopeya.

La frente de la Patria
ciñe triunfal diadema
y brillan como soles
sus mágicas grandezas.

Hoy son aras los pechos,
santuarios las conciencias
y a los libertadores
himnos de amor se elevan!

¿Qué corazón podría
en tan sublime fiesta
permanecer esclavo
de torpe indiferencia,

cuando la patria, henchida
de gratitud inmensa,
< a los invictos héroes
ensalza y reverencia,

y en solemne concurso
la falange congrega
de valientes soldados
que en pie, gloriosos, quedan,

reliquias venerables
de la espantosa guerra
que en la vasta Península
dos razas sostuvieran?...

¿Ni quien que, ufano, el nombre
de yucateco lleva,
como fulgente escudo,
como gloriosa enseña,

en el feliz instante
en que el pueblo celebra
de sus preclaros hijos
la apoteosis bella,

osara desdeñoso,
en el altar que eleva
hoy la patria a los héroes
no deponer su ofrenda?

¡No es posible que exista
un alma yucateca
que, agradecida y justa,
su pura flor no tenga

para ofrecer piadosa
en las sagradas huesas
de los que por la patria
rindieron la existencia!

Mas ¿dónde, oh redentores,
vuestras tumbas se encuentran?
vuestros sacros despojos
¿qué panteón conserva?


miércoles, 29 de agosto de 2012

La disputa por la invención de la máquina para raspar henequén


Tesoros de la Biblioteca Virtual de Yucatán No. 42 



Joed Peña Alcocer, en PorEsto!, 11 de mayo de 2012.



El henequén dio al estado riquezas como nunca antes, dejó una estela de nuevos monumentos, encumbró a familias a los más altos estrados de la política y también propició la desigualdad, la explotación y la esclavitud en algunas haciendas. A la par de todo lo anterior, dejó para los anales de nuestra historia una de las disputas más agrias por la propiedad de una máquina, de un invento. Por muchos años José Esteban Solís y Manuel Cecilio Villamor se disputaron el título de inventores de la máquina de raspar henequén, dejando quejas en los tribunales y desplegados en la prensa. Esta lucha no era únicamente por la fama, sino que tenía tras de sí la búsqueda de los derechos de un artefacto que podía dar grandes beneficios económicos, de ahí que Villamor deseara que le fueran reconocidos sus derechos de inventor por sobre Solís. Sin embargo, el invento de José Esteban fue el que probó en las fincas su correcto desempeño, mientras que el de su contrincante sólo significó una desilusión al momento de ponerlo a funcionar. No obstante, fue Manuel Cecilio quien ganó el título de inventor. Dejamos al lector un fragmento del escrito de Gonzalo Cámara Zavala sobre tan singular pleito.


-Gonzalo Cámara Zavala. Reseña histórica de la industria henequenera de Yucatán. Mérida, Imprenta Oriente, 1936. Biblioteca Crescencio Carrillo y Ancona, Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán.





El mayor obstáculo que se ofrecía al desarrollo de la industria era la falta de la máquina raspadora. Y esto llegó a ser para los yucatecos una obsesión. La legislatura del Estado decretó un premio de dos mil pesos para el que inventara la máquina. Un ingeniero mecánico alemán, el Sr. Luis Koch, dijo haber inventado una que producía 40 arrobas diarias de filamento; pero que cada máquina valdría los dos mil pesos y que como premio se le dieran diez mil pesos. Se forjaron muchas ilusiones sobre el brillante resultado ofrecido; pero el ingeniero alemán fracasó, como habían fracasado todos los extranjeros que se habían ocupado en el asunto. En los Estados Unidos se había declarado que la máquina que se pretendía era un imposible. Los yucatecos no lo creyeron así porque diariamente palpaban la necesidad de ella, y tenían fe en que más o menos tarde se llegaría a conseguir el ideal acariciado. También fracasaron muchos yucatecos: Ramírez, Millet, Juanes Patrulló, Canto Sosaya, Espinosa Rendón, Solís (José Eleuterio), Villamor (Florentino), Meric y otros que al fin abandonaron sus proyectos. Únicamente insistieron dos incansables luchadores: D. Manuel Cecilio Villamor y D. José Esteban Solís. El Presidente de la República, D. Antonio López de Santa Anna, declaró a Villamor inventor de una máquina de raspar henequén y le aseguró la propiedad d su invención. Para explotarla se formó una sociedad de los distinguidos yucatecos: D. Miguel Barcachano, D. Juan Miguel Castro, D. Ignacio Quijano y D. Pedro Crámery. Llegó a construirse la máquina y parece que al principio se creyó que podría dar resultado; pero pronto se desengañaron porque las dificultades que se presentaron en el trabajo no pudieron vencerse. Entró el desaliento, el desacuerdo entre socios, y la máquina abandonada definitivamente fue desarmada y vendida aisladamente en piezas. El Gobierno de Yucatán, a cargo de D. Santiago Méndez, expidió un decreto el año de 1857, tres años después del que favoreció al Sr. Villamor, declarando también inventor a D. José Esteban Solís y asegurándole la propiedad de su invención. La propiedad fue otorgada por diez años, al cabo de los cuales después de haber gozado de los derechos de inventor y de haber promocionado a gran número de haciendas la "Máquina Solís", la Legislatura del Estado expidió un decreto el año de 1868, adjudicando al mismo D. José Esteban Solís el premio de dos mil pesos por la invención de la máquina. Al publicarse este decreto, D. Manuel Cecilio Villamor ocurrió a la Legislatura pidiéndole que suspendiera los efectos del mismo hasta que se aclarara a quién pertenecía el premio. La legislatura declaró sin lugar la solicitud de Villamor por no haber expuesto una sola razón en que pudiera fundarse. Declaró también que al otorgar el premio a Solís, lo había hecho en vista de que el público tenía ya resuelta la cuestión en su favor, por ser de este inventor la máquina que ha servido tanto tiempo en las haciendas, y por haber disfrutado del privilegio de diez años que se le había concedido. Despechado Villamor con la resolución de la Legislatura, demandó a Solís ante los Tribunales por la cantidad de diez mil pesos, en cobro de perjuicios causados por haberle usurpado la máquina de su invención. Esta demanda la promovió Villamor a los trece años de haberse otorgado a Solís la propiedad de su invención y tres años después de haberse extinguido el derecho de éste al privilegio que gozó durante diez años, es decir, cuando la máquina ya pertenecía al dominio público. [...] Esta sentencia causó ejecutoría, como cosa juzgada, y conforme a la Ley debe ser considerada como la verdad legal, aun cuando no sea, como en este caso, la verdad moral. Esta vez, como otras muchas, la Opinión Pública fue la que dictó su fallo [...].

martes, 28 de agosto de 2012

Don Bulle Bulle y la Guerra de Castas


Tesoros de la Biblioteca Virtual de Yucatán No. 41

Joed A. Peña Alcocer en PorEsto!, 9 de mayo de 2012.


Una de las publicaciones yucatecas más representativas del siglo XIX es D. Bulle Bulle, periódico que engalanó sus páginas con grabados de Gabriel Gahona, mejor conocido como Picheta. Con un estilo siempre divertido, en esta revista se reseñaron y criticaron los acontecimientos políticos y sociales del Yucatán de mediados de siglo. En sus páginas se ofreció a los lectores un artículo titulado "Nini va por lana y vuelve trasquilado", escrito donde se deja entrever el temor que poco a poco se acrecentó por las acciones de los indígenas. Uno de los aspectos más interesantes del texto es que se realiza una descripción del maya yucateco de mediados del siglo XIX, ayudándonos a rastrear cómo se fue formando el imaginario de las élites respecto a los sublevados. Trascribimos para el lector una parte del referido artículo.


-D. Bulle Bulle: periódico burlesco y de extravagancias, redactado por una sociedad de bulliciosos. Mérida, 1847. Fondo Reservado Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán.




Carta a Frabicio Bien sabes, querido, que deseoso de ver con mis propios ojos tantas cosas sobre que allí se platica, púseme en camino para con estos contornos con aquel disfraz que te hizo reír de muy buena gana. Una camisa encima de unos calzoncillos anchos y largos, como los pantalones de la última, mi sombrero de pajilla, mis alpargatas con mi machete o alfanje yucateco, creí que fuesen cosas bien capaces de ponerme como de nuevo, facilitándome el hacer mis investigaciones sin que nadie de mí se recelase. Pero oh! Frabicio, cuán cierto salió conmigo aquello de "ir por lana y volver trasquilado!". Ya iba amaneciendo, cuando llegué al primer pueblo. Como el cura de él es un grande amigo mío, fuime derechamente a su casa, y no te puedes figurar cuál fue su admiración al verme entrar en el traje que llevaba. "Todo aquí, me dijo después de haberle explicado el motivo de mi viaje; todo aquí es pura confusión y remolino: ni de día ni de noche se duerme en este bendito pueblo, y mucho me admira, por cierto, que V. no se hubiese encontrado con una patrulla que le tomase por un espía o emisario de los del Oriente. -Conque aquí también hay mucho espanto y tremolina, señor cura? Yo creía que solo en Mérida estábamos de aquí para allí espantadizos y en vela, de tal suerte que al venir a curiosear por acá, también entró en parte de mi proyecto el deseo de huir los chismes y gordas mentiras con que sin compasión se mata a las gentes. -No puede V. figurarse, Nini, lo que ha pasado y está pasando todavía en éste y otros pueblos comarcanos, desde que la noticia de una conspiración los sacudió con una rapidez verdaderamente eléctrica, y los vecinos blancos, parte con lanzas, parte con garrotes y todo género de armas ofensivas, dieron principio a su campaña. Sin embargo, no había resquicio de complicidad en los indígenas, y esto mortificaba a los bullangueros: cada día veían atravesar el pueblo con dirección a la capital largas cuerdas de conspiradores. "Y nosotros, señor cura, me decían los vecinos más medrosos o díscolos, nosotros todavía ningún conspirador hemos remitido a Mérida ¡qué dirán de nuestro poco celo! ¿No es una vergüenza que las autoridades de aquí permanezcan sin obrar cuando en todas las demás partes de la Península bastante tienen los hombres en qué ocuparse?" En vano les hacía yo observar que los jueces no debían proceder contra los indígenas del pueblo, mientras careciésemos de indicios que nos hicieran sospechar su complicidad en el proyecto. Quieras que no quieras, quitaban el sueño a los pobres alcaldes y hasta llegaron a amenazarles con su destitución, si de cualquier modo no se les daba gusto, permitiendo que magullasen a los indios, quienes sin duda, presintiendo la tempestad que iba a caerles en breve tiempo, se escondían como una parvada de aves. Pero esto mismo fue causa de su perdición; pues sus enemigos empezaron a correr la falsa voz de que los bárbaros abandonaron el pueblo para ir a engrosar las filas de los de su raza en el Oriente. Llenóse la plaza, y los jueces, temiendo ser degollados antes por los blancos, que por los indígenas, hicieron prender a los principales de éstos, imitando a Pilatos que condenó a Cristo por evitarse el furor de la canalla. La prisión de aquellos dio rienda suelta a los bulliciosos, y desde entonces no hay día en que a los indios no se apriete más la clavija. Según dicen, se les ha prohibido comprar, y se ha mandado no venderles más género que manta inglesa, sin pararse en la grave consideración del perjuicio que hacen al comercio tan decadente ya por la continuada batahola de nuestros mandatarios [...].


lunes, 27 de agosto de 2012

El fin de la Guerra de Castas

Ofrecemos al lector: Tesoros de la Biblioteca Virtual de Yucatán No. 40
Joed Peña Alcocer en PorEsto!, 3 de mayo de 2012.



A partir de 1847 fueron innumerables las ocasiones en las que el ejército yucateco se enfrentó a los mayas rebeldes. Más de medio siglo después, en 1901, se organizó la campaña que concluiría con la toma del bastión de los indígenas, terminando así, en opinión de las autoridades de la época, con aquella guerra. El evento fue relatado por la prensa, pero de manera muy especial quedó el testimonio fotográfico. La fotografía había tomado impulso a finales del siglo xix, y, ya en los inicios del siglo xx, estuvo siempre presente en los acontecimientos memorables. En el caso que nos ocupa, el fotógrafo muestra con especial cuidado a las fuerzas del gobierno, registrando la organización impecable de los contingentes y dando testimonio del medio agreste al que se enfrentaron las tropas durante la campaña.

El álbum fotográfico de la empresa de recuperación del oriente es una clara muestra de cómo la fotografía resulta importante en el registro del devenir histórico. El álbum es una interesante fuente para aproximarnos a las condiciones de vida de las tropas, su organización y desplazamiento, y también es una ventana para observar los cambios gestados en ese espacio yucateco a poco más de un siglo de distancia. Dejamos al lector cuatro fotografías del referido álbum, donde podemos ver a las tropas del ejército y una parte de la zona oriental a principios del siglo xx.


-Álbum fotográfico del recuerdo de la excursión de gobernador a Santa Cruz, 1901. Fondo Audiovisual, Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán.