viernes, 11 de mayo de 2012

La colonia del maestro

Entrega 16 de los Tesoros de la Biblioteca Virtual de Yucatán:


Joed A. Peña Alcocer. "La colonia del maestro" en PorEsto!, 5 de marzo de 2012.

En la mayoría de los casos el legado porfiriano fue aplastado por la Revolución, causando la emigra­ción de diversos funcionarios de los gobiernos porfiristas al extranjero. Por su parte, los intelectuales de finales del siglo xix y principios del xx debieron encontrar la forma de continuar con su labor. algunos de ellos fueron censurados por los nuevos gobiernos, como en el caso de Rafael de Zayas (cronista de la visita de Porfirio Díaz a Yucatán), quien fue duramente criticado en 1923 en las pági­nas de la revista Tierra por oponerse a la regulación de la natalidad.

José I. Novelo fue un poeta reconocido desde su juventud. Llegó a ser director del Instituto Literario y diputado. Además de su vasta producción literaria, dejó en El problema de la instrucción en Yucatán y Yucatán 1904-1906 dos importantes obras para el estudio de la historia yucateca; sin embargo, después del régimen porfiriano, la figura del poeta se perdió un tanto, llegando a sufrir incluso perse­cución. Con el afán de reconocer la trayectoria de este prominente vallisoletano, ofrecemos al lector la introducción que escribió a su folleto llamado Colonia del maestro, proyecto innovador que buscó brindar al magisterio yucateco mejores condiciones de vida.










José Inés Novelo. Colonia del maestro: bases constitutivas de su fundación. Mérida, Imprenta Oriente, 1931. Fondo Reser­vado, Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán











 
Preliminar

Esta Colonia del Maestro, cu­yas bases constitutivas se leerán en seguida, tiene de particular que será la primera Colonia del Maestro. No en los Estados Uni­dos de Norteamérica que cuenta con urbes colosales y babilóni­cas; ni en las grandes ciudades europeas que han sido y segui­rán siendo centros y núcleos de sabidurías nutricias y radiantes; ni en ninguno de los países de la América Latina en que hay metrópolis esplendorosas para su civilización, tiene precedente esta Colonia del Maestro. Colo­nias burguesas de gusto exquisi­to y dorada elegancia, hay mu­chas por dondequiera; colonias para obreros que son como las concreciones de las tendencias económicas igualitarias de este vigésimo siglo revolucionario, pletórico de innovaciones y re­novaciones, hay no pocos; colo­nias para diversos gremios, aun de los de más mediano relieve, existen y van surgiendo todos los días; pero no hay noticias de que en alguna parte de lo más prominente y culto de ambos hemisferios se hubiese fundado hasta hoy una colonia para el maestro de la escuela.

La causa estriba en que sigue siendo en todas partes el ejerci­cio magisterial, a pesar de su al­teza que lo coloca por encima de todas las demás funciones socia­les y cívicas, si no el menos esti­mado sí el más desproporcional­mente retribuido. Maestros de escuela hay que devengan por hora de trabajo algo menos de la mitad que por el mismo lapso, un coche de alquiler. De allí que el maestro de escuela no hubiese podido jamás organizarse para acometer empeños con finalidad utilitaria. De allí que sólo excep­cionalmente llegue a la decrepi­tud contando con un modesto albergue que pueda transmitir como patrimonio a sus descen­dientes, y que sea el obligado tributario de casero, muchas ve­ces implacable.

A remediar esta enorme injus­ticia tradicional, se encamina con fe el propósito de la funda­ción de una Colonia del Maes­tro, que será la casa del maestro, para el maestro y para los suyos, y que ensanchándose a través del tiempo podrá llegar a cons­tituir uno a modo de vivero de la intelectualidad yucateca, con ello su propio, con peculiar fiso­nomía.
Cabrá a ésta, por tanto títulos, muy ilustre ciudad emeritense, la gloria de ser primera entre los centros de cultura, en haberse generosamente preocupado por el porvenir de sus maestros y educadores.

¿Y por cuáles artes de magia, se hará el milagro de una obra que debe tener como sustenta­ción de dinero contante y sonan­te de que carecen los maestros de escuela?

Esto es lo que vamos a referir lacónicamente al curioso lector.

La idea de fundar esta colonia nació de breve plática que tuve sobre temas escolares con el jefe del Departamento de Educación Pública y su secretario, Dr. don Eduardo Urzaiz y Prof. don Da­vid Vivas R. Tratábase a la sazón de pedir a los profesores infor­maciones por demás laboriosas que no podían materialmente rendir sino tras muchas horas de trabajo extraordinario y durante muchos días. Fortuna, comenta­mos en coro, que estos señores maestros disfrutan de sueldos pingües. Y tras este comentario de la más dolorosa ironía, nos engolfamos en consideraciones sobre eso de la abnegación y del desinterés que en grado heroico caracteriza el verdadero educa­dor, el maestro vocacional, que no al que ve en el magisterio un medio para llegar a un fin, una estación de espera. Y, claro, to­camos no el tópico de su cons­tante desequilibrio económico, cuando es mozo y fuerte, sino sus angustias y preocupaciones cuando ya es veterano, peina canas, está cargado de familia, y mira congojado por delan­te en un triste ocaso próximo, el desamparo y la inopia y el abandono impiadoso y cruel. Y de esta plática nació la idea de una colonia para el maestro que le deparase un techo en qué gua­recerse, intocable, seguro, defi­nitivo, patrimonio suyo y de su familia... Y mis compañeros de plática me encomendaron la ar­dua labor, tan ardua que raya en lo paradójico, en lo inverisímil, en lo absurdo. ¿Cómo hacer sin dinero lo que sólo con el dinero puede hacerse...?

Esquicié los lineamientos ver­tebrales de la empresa que con sentido práctico, agudamente mercantil, tuvieron la fiereza de calificarnos no pocos amigos míos como de un poema más de los que llevo escritos desde las nubes, olvidando las de aquí abajo... Pero así y todo, firme en derechura, con mi proyecto, ya más retocado, al mismo gober­nador del estado... Y la entrevis­ta resultó de lo más edificante y confortador… El profesor Gar­cía Correa se mostró gallarda­mente un gobernador profesor. Cantó un aleluya en el fondo de mi espíritu. Habrá colonia, pen­sé alborozado [...].

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